miércoles, 31 de diciembre de 2014

Cristianismo: Mal de todos los males.

Por Fabrizio Turturici. 

Antes de explayarme en el tema y su crítica, quiero aclarar que al escribir este breve ensayo sobre el Cristianismo, mi ilustración se pronuncia con total indignación y mi cuerpo se expresa rebosante de náuseas que me causan el envolverme en uno de los temas más lamentables de la historia universal.



«Ya en la Ilíada de Homero, los Dioses son seres de marcada insensibilidad que utilizan al hombre como juguete para entretenerse, trazándole destinos imposibles y riéndose de sus desdichas.» 

José Pablo Feinmann, Filosofía política del poder mediático.




 Ahora sí. Como punto de partida, vamos a poner en tela de juicio el famoso razonamiento hegeliano que dice: “el hombre es un ser pensante; en esto se distingue de los animales”. Tomémoslo para analizarlo con cierto grado de ironía: si fuera cierto, ¿no suena incoherente que esta teoría que habla de la fascinación de un “Dios supremo", reine sobre nuestra raza y, sin embargo, sean los animales quienes queden exentos de esta loca y estúpida falta de cordura llamada Cristianismo? 
                                                 
 Al hacerme este interrogativo, no estoy desmitificando el genio de Hegel ni diciendo que su frase sea incorrecta; únicamente me permito disentir en el absolutismo que él plantea: si en nuestra vida de Occidente, las masas, o sea las mayorías, son cristianas, algo no carbura del todo bien en la cabeza de nosotros. Por eso, mi necesidad de dedicarle largas y solitarias horas de la noche a la escritura de este texto.

 Las fuentes de esta historia datan de la época del Imperio Romano; esa incalculable y magistral organización expansionista que gozaba de su mayor esplendor cuando los gusanos del Cristianismo comenzaron a roerle los cimientos hasta tornarlo cenizas en su plenitud.

 La civilización romana, dispuesta y preparada para soportar los más poderosos embates de sus enemigos y hasta la propia tiranía de sus peores emperadores; no pudo, sin embargo, contrarrestar el rápido y sigiloso avance de ese vampiro llamado cristiano, que desbarató entre gallos y medianoche su vasta realización y con él, al mayor legado de la antigüedad.


 Ese triunfo católico, tan temeroso para aquellos que veían la causa Roma con la severidad que implicaba su motivo, y para cualquier ser pensante de cualquier recoveco del globo, no sólo significó el refugio de los cobardes, fracasados y débiles –incapaces- de obrar por su voluntad y cargar sobre su pecho los resultados de sus actos. Fue mucho más que eso; fue la abolición del pensamiento, la hemiplejia de la seriedad para las verdaderas cosas y la succión del instinto para la realidad. La esclavización de las conciencias, la enajenación de las “almas”, la colonización de las subjetividades y la monopolización de la "verdadera ética". Además, y haciendo hincapié en esto: la instalación de la maldita corrupción (la Iglesia ha contagiado su corrupción a todos los ámbitos de la vida, brindando una exposición que explica la corrupción del hombre desde momentos históricos). 

 La gravedad de todo esto, como si fuera poco lo recién mencionado, es que el fiel, ciego de fanatismo, deja de pertenecerse a sí mismo para pasar a ser un medio consumido por otro: no piensa, es pensado. El poder de la Iglesia (y no sólo él, sino cualquier poder) siempre tiene que contar con el idiotismo de los sujetos. Una vez que lo conquista, lo profundiza y trata de evitar que se escape. En este caso, Heidegger diría: "El «uno» vive bajo el señorío de los otros" y Foucalt lo respaldaría con este redundante y nunca tan veraz juego de palabras: "son sujetos sujetados". En resumen, lo fundamental que hay que quitarle al hombre para someterlo, es su conciencia crítica. Y ningún medio fue más eficaz para esa tarea –la de evitar el contrapoder- que la barbarie enferma hecha potencia. Quiero decir, la Iglesia. 

  Me resulta difícil pronunciar Cristianismo y Moral en un mismo texto, recordando que fueron ellos los que emprendieron aquellas sanguinarias campañas militares llamadas «cruzadas», que tuvieron el objetivo de restablecer el total control cristiano sobre la Tierra Santa. Infundando el miedo a sus secuaces, mediante el pecado, el concepto de culpa y castigo al romper el “Orden Moral” de las cosas, el Infierno, y demás clases de supercherías, Dios pudo tiranizar a los sujetos hasta convertirlo en sus esclavos. Mediante la paranoia, que por cierto es una gran herramienta de extorsión, él supo enseñarles qué hacer y cómo hacerlo, qué no hacer y de qué manera pedir perdón arrodillado frente al confesionario, para ganarse un lugarcito en el cielo: “Dios perdona al que hace penitencia, al que se somete al sacerdote”. Hablando del cielo, otra ridiculez –la del más allá- que no hace más que desvalorizar esta vida que es, en definitiva, la única que vamos a vivir. Estos elementos, sólo se me hace posible analizarlos y catalogarlos como métodos de tortura, de extorsión y de sometimiento. De esta maraña que les hice (y pido perdón si la rabia no me deja ser inteligible), arribo al famoso y universal dicho: “Dios no existe, y si existe es malo”. Y otro aún mejor: “el Dios que Pablo ha creado es la negación misma de Dios”.

 Ya los griegos consideraban a la esperanza como el mal de todos los males –por su capacidad de entretener al desgraciado. La fe significa negarse a conocer una verdad, o sea, es símbolo de la decadencia. Y efectivamente, llevar la fe como bandera es síntoma de no creer en tu integridad tanto física como intelectual. Esto denigra a nuestro cuerpo… y a la ciencia misma. Por tal motivo, se ha producido un atraso científico de milenios por culpa de la religión, y se ha obstaculizado la búsqueda y el desarrollo de nuevos métodos y procedimientos de investigación bajo este concepto: “¡Fuera los médicos, la gente necesita salvadores del alma!”. Al introducirme en estos pantanos, se me hace inevitable recordar con gracia aquel chiste de humor negro, en el que un paciente sale del coma cuatro y se encuentra en la camilla del hospital agradeciendo a Dios por haberlo salvado. El médico, al escucharlo, no da crédito a lo que está oyendo mientras una total falta de respeto invade su existencia. Acto siguiente: lo desconecta al son de “¿con que Dios te salvó, eh? Entonces me imagino que ya no necesitarás de mi ciencia”. En suma, podemos deducir al dicho "la fe mueve montañas" como algo que se pueda constatar realizando una breve visita a cualquier psiquiátrico.

 Será, acaso, que mi pensamiento no admite la ignorancia de las masas al delegar su "destino" a un ser cristalinamente inexistente y oscuramente cruel en su propia inexistencia. O será, quizás, que no logro contemplar las justificaciones que dan para entregarse a dicha locura, ni comprender el extraño éxito que tuvo, tiene y –lamentablemente- tendrá en la historia de la Humanidad dicha religión. Yo, no puedo hacer más que citar a Nietzsche para cerrar mi indignado ensayo: “esto dejó de ser una enfermedad y pasó a ser una indecencia. Éste es el punto de partida de mi asco (…) Miro alrededor: no ha quedado una sola palabra de lo que en un tiempo se llamó «verdad»”. Ya ni ellos creen su cuentito; todo el mundo sabe esto y, sin embargo, todo sigue igual que antes. A mí, permítanme seguir siendo un escéptico que recurre siempre con avidez a la nihilización de los hechos. Y más que un escéptico, un ser con el mínimo e indispensable grado de cordura, razón y honestidad que se necesita para vivir con dignidad sobre esta tierra. Jamás estaré del lado de esta banda de seres cobardes, afeminados y dulzones, que despojaron lo más valioso del ser humano: su libertad y su conciencia. ¿Adónde fue a parar el último resto de decencia, de respeto propio, de nuestra Humanidad? 

martes, 11 de noviembre de 2014

El Menottismo de César Luis contra el Bilardismo de Carlos Salvador.

 Por Fabrizio Turturici.










 Estamos adentrándonos en una de las eternas comparaciones que existe y va a existir en el mundo del fútbol argentino (quizás la mayor). Y es que César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo son como el agua y el aceite, dos estilos de juego totalmente contrapuestos pero eficaces y ganadores. El primero, podría ser considerado como el criollismo futbolístico conservador; mientras que el otro, el eurocentrismo futbolístico renovador.

 Ellos han generado en las últimas décadas innumerables enfrentamientos ideológicos, desparramadas divisiones, emociones ambivalentes y hasta luchas de intereses. Para poder comprender ambas ideologías, no nos queda más remedio sino que conocer en profundidad a sus personajes. Por ese motivo, voy a comenzar detallando brevemente la historia y la trayectoria de las personalidades. Empezando con el primer director técnico argentino campeón del mundo, Menotti.

 César Luis Menotti, apodado “El Flaco”, nacido en Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina, el 5 de noviembre de 1938, es un ex-jugador y entrenador de fútbol argentino. Jugaba de delantero (a veces de centrocampista) y su primer equipo fue Rosario Central. Como director técnico alcanzó la cumbre de su carrera cuando guió a la selección de su país a ganar por primera vez la Copa Mundial de Fútbol de 1978.

  Antes del debut en el fútbol profesional, jugó algunos años en la provincia de Córdoba, en Argentino de Marcos Juárez. Luego pasó a Rosario Central, donde jugó 6 partidos en reserva y en 1960 le llega la oportunidad de jugar en el primer equipo. Su debut en la Primera división argentina se produce el 3 de julio de 1960 en el partido Rosario Central 3 - 1 Boca Juniors. El Flaco en el equipo rosarino tuvo actitudes respetables, fue por eso que permaneció en el club durante cuatro temporadas.  

 Más tarde, en el 64-65, es transferido a uno de los cinco grandes del fútbol nacional, Racing Club de Avellaneda. Sin embargo, no tardó mucho en llegar el interés de Boca Juniors, equipo con el que luego ganaría una Liga en su primera temporada.

 Dos años más tarde, en 1967, se marcha a Estados Unidos para jugar con el equipo neoyorquino The Generals, pero al año siguiente regresa a Sudamérica, Brasil. Allí permanece dos temporadas jugando con el Santos. En el conjunto de Pelé, gana el Campeonato Paulista de 1968. Transitando una jugosa carrera como futbolista, llegando a su fin, ficha para el Clube Atlético Juventus de San Pablo, donde se retiró al finalizar la temporada 69-70.

 Lo que no se imaginaba Menotti, es que su profesionalismo no quedaría marcado sólo por lo que hubiese hecho como jugador, sino como entrenador también. Su carrera como técnico empezó al año siguiente de haber colgado los botines, actuando como segundo entrenador de Newell’s Old Boys, auxiliando a otro recordado técnico: el "Gitano" Juárez.

 En la temporada 72-73 entrenó al Club Atlético Huracán, consiguiendo ganar una Liga (Torneo Metropolitano 1973). Ese título fue el primero y único en la historia logrado por el Globo en la era del profesionalismo (1931-al presente). De aquel equipo campeón se recuerda no sólo el título obtenido, sino la espectacular forma de entender el juego por parte de cada uno de sus jugadores, entre los que sobresalieron Avallay, Basile, Houseman, Carrascosa, Larrossa, Brindisi y Babington. En esta época los hombres dirigidos por Menotti lograron incluso un abultado marcador ante Boca Juniors, equipo al que le endosaron nada menos que cinco goles, ganando, goleando y gustando. Un dato no menor es que algunos de los integrantes de este plantel serían luego campeones del mundo en 1978.

 En 1974, merced a la gran campaña realizada con Huracán, se convierte en el seleccionador de su país. Con la Selección argentina se proclamó campeón de la Copa Mundial de Fútbol de Argentina '78.

 Su trayectoria coronada de éxitos –hasta ahora- no finalizaba ahí, en la temporada 82-83 fichó por el FC Barcelona para sustituir a Udo Lattek en el banquillo. Su debut como entrenador en la Primera división española se produjo el 12 de marzo de 1983 en el partido FC Barcelona 1 - 1 Betis. En esa temporada ganó la Copa del Rey y la Copa de la Liga. Menotti permaneció en el azulgrana la siguiente temporada con resultados mediocres, pero ganando la Supercopa de España.

 Más tarde, en noviembre de 1986, empieza a entrenar a Boca Juniors. Una sola ronda de campeonato le bastó para lograr con el club de la Rivera un buen repunte que lo llevó a finalizar cuarto en el torneo, finalmente ganado por Rosario Central.

 En la temporada 87-88 entrena al Atlético de Madrid pero no logra finalizar su contrato ya que en la jornada 29 fue despedido por Jesús Gil por el irregular andar del equipo. Pese a los malos números, le dio un gran gusto a la afición colchonera, acabando por 4 a 0 en el Estadio Santiago Bernabéu al Real Madrid, en el Derby madrileño.

 En 1989 regresa a su país natal para entrenar al Club Atlético River Plate en el cual tampoco finaliza el campeonato por mal rendimiento.  Un año más tarde se marcha a Uruguay para sentarse en el banco de Peñarol de Montevideo, en donde no logra buenos resultados y es despedido nuevamente.

 En agosto de 1991 fue nombrado como técnico de la Selección de fútbol de México, cargo que ocupó durante un año y medio, ayudando en el desarrollo futbolístico de los jugadores mexicanos.

 Contrariado por el descenso de su efectividad, decidió acabar su etapa como DT y se dedicó a trabajar como comentarista en varias cadenas de televisión. Aunque en 1993 regresa a las canchas para dirigir por segunda vez a Boca Juniors: tampoco le fue como esperaba.

 En 1996 se hizo cargo de otro grande, el Club Atlético Independiente. Durante una temporada en la que consiguió un subcampeonato de liga.

 Al año siguiente probó suerte en el siempre difícil Calcio italiano encargándose de la Sampdoria, aunque fue destituido por malos resultados después de ocho jornadas de liga regresando al banquillo del Independiente, equipo en el que permaneció hasta 1999 pero tampoco cumplió.

 Para no continuar con su debacle retornó a los medios de comunicación, encontrándose nuevamente con los micrófonos. Pero el amor es más fuerte; pasaron apenas unos años hasta el 2002, fecha en la que regresa al club de sus amores, Rosario Central. Después de un comienzo arrollador, en el cual el conjunto canalla gana 5 de sus primeros 6 partidos (algunos de ellos por goleada, y el clásico rosarino ante Newell's en la 6ª fecha y de visitante algo que no conseguía desde 1980) el equipo acumularía 9 juegos sin victorias por lo que sería despedido después de la fecha 15, tras una derrota de local ante Estudiantes por 2 a 1.

 En 2005 vuelve al Rojo de Avellaneda, sin mucha suerte, ya que decidió renunciar por falta de puntos del equipo. En 2006 y 2007 tuvo un paso por el fútbol mexicano, dirigiendo a Puebla FC y los Tecos de la UAG respectivamente, instituciones en las cuales se chocó con el fracaso que lo agobiaba.

 Terminando este repaso de su vida profesional, nos vamos a centrar en el Mundial del 78. Luego del fracaso de la Selección argentina en la Copa Mundial de fútbol de Alemania Occidental de 1974, Menotti es nombrado seleccionador. Su debut se produjo el 12 de octubre de 1974 en el partido Argentina 1 - 1 España.

 La mayor meta era conseguir una Copa Mundial de Fútbol, y en 1978 Argentina tenía una buena oportunidad, ya que se celebraba en casa. El Flaco, que antes del inicio del campeonato tuvo problemas con algunos equipos que pretendían llevarse a sus jugadores, consiguió proclamar a la Selección Argentina campeona al derrotar en la final a Holanda por tres tantos a uno.

  Fue el primer título mundial en nustra historia. Un año más tarde Menotti solicitó entrenar también al equipo juvenil de Argentina en el Mundial de Japón. Con este equipo logró proclamarse campeón del Mundial Juvenil (sub-19) con Maradona como figura del campeonato. Pero el pasado oscuro de él fue nunca poder terminar bien en ningún equipo, así que tuvo que abandonar el cargo luego de no pasar de segunda ronda en el Mundial de 1982 en España.

 Dejamos para el cierre lo que nos importa (su postura e ideología de mirar el fútbol) y nos vamos directamente a detallar la vida del DT que transitó por la vereda contraria, Carlos Salvador Bilardo.
 Nació en el barrio de La Paternal, provincia de Buenos Aires, el 16 de marzo de 1939.

 Jugó en las categorías inferiores de San Lorenzo de Almagro (de mediocampista) hasta que en 1958 le llegó la oportunidad de jugar en el primer equipo.

 Alternó como suplente en el Campeonato de 1959, ganado por el club, y en la Copa Libertadores de 1960. Durante las temporadas de 1961 a 1965 jugó con Club Deportivo Español.

 En 1965 fichó por Estudiantes de la Plata, equipo con el que ganó una Liga en 1967; tres Copas Libertadores de América en los años 1968; 1969 y 1970, la Copa Interamericana de 1969, además de una Copa Intercontinental de Clubes en 1968 y siendo dos veces finalista de la Copa Intercontinental de Clubes en 1969 y 1970. Se retiró como futbolista al finalizar la temporada de 1969/70 en Estudiantes de La Plata. 

 Bilardo se desempeñó como analista deportivo en la cadena Fox Sports y ocupó el cargo de Secretario de Deportes de la Provincia de Buenos Aires.

 Luego de una exitosa carrera como entrenador (la cual vamos a desarrollar a continuación), actualmente es el Coordinador de Selecciones Nacionales de fútbol de la República Argentina.

 Su carrera como técnico empezó en 1970 en Estudiantes de La Plata como segundo entrenador de Osvaldo Zubeldía quien fuera su entrenador en la gloriosa época del Pincha. En 1971 asumió como director técnico y logró evitar lo que parecía un descenso seguro de su club.  Años más tarde, en 1973 y en 1975 logró el subcampeonato Nacional, terminando invicto, detrás de River Plate.

 En 1979 dirigió en regular campaña a San Lorenzo de Almagro; y tres años después, en el '82, se hizo cargo del puesto de entrenador en Estudiantes de La Plata, consiguiendo ganar una Liga (Campeonato Metropolitano) en ese año, con un gran equipo y una forma de juego novedosa para la época. 

 En 1982, gracias a la gran campaña realizada con el club de La Plata, se convirtió en el seleccionador del equipo nacional argentino. Con la Selección argentina se proclamó campeón de la Copa Mundial de Fútbol de México de 1986, en la cual brilló Diego Armando Maradona. Cuatro años más tarde, volvió a llevar a la Selección Argentina a la final del Mundial de Italia 1990, cayendo en un polémico partido ante la Selección de fútbol de Alemania por 1-0 y logrando el subcampeonato en la Copa Mundial de Fútbol de Italia de 1990.



 En 1996, empezó a entrenar a Boca Juniors, equipo del que se fue luego de realizar una gran reforma dentro del plantel y no obtener los resultados esperados.

“El doctor” volvió a Estudiantes de La Plata en 2003. En aquel año, el club estaba al borde del descenso, pero bajo su conducción, el equipo se repuso nuevamente de esa grave situación y se quedó en Primera. Bilardo permaneció en el cargo hasta junio de 2004, cuando decidió retirarse de la dirección técnica por problemas personales que no aclaró.


 Fuera del país, se radicó en Colombia durante los años 1976 y 1979 y dirigió al Deportivo Cali logrando llevar por primera vez en la historia a un equipo colombiano a la final de la Copa Libertadores de América en 1978 perdiendo la final frente a Boca Juniors. Durante los años 1980 y 1981 dirigió a la Selección de fútbol de Colombia de cara a la clasificación para la Copa Mundial de Fútbol de España de 1982.

 A mediados de la temporada 1992-93 fichó por el Sevilla FC junto a Diego Maradona equipo en el que ambos sólo permanecieron  una temporada. Otra experiencia del “Doctor” fue haber entrenado a Libia (1999-2000).

 Prestando especial atención al Mundial conseguido en el año 1986, podemos destacar varias cosas. Bilardo traía consigo una nueva idea acerca de la concepción del juego de los equipos de fútbol y eso lo trasladó a la Selección. Incorporando nuevos jugadores para debutar, sobre todo de Estudiantes de La Plata e Independiente, equipos que en aquellos años dominaran el fútbol argentino. La conducción de Carlos Salvador al frente del seleccionado estuvo plagada de críticas por parte del periodismo.

 La obtención del Mundial de México 1986 de forma brillante e indiscutida donde Diego Maradona se coronó mejor jugador del mundo y en donde la Selección dirigida por él impuso un nuevo sistema de juego innovador para la época: el 3-5-2; compuesto por 3 defensores (1 líbero y 2 stoppers), 5 mediocampistas y 2 delanteros que asombraron al mundo.


  Las estadísticas no pueden faltar. No hay que obviar Bilardo con la Selección Argentina dirigió 291 partidos oficiales, obteniendo 355 puntos y logrando el mayor porcentaje de efectividad de la historia de Argentina, el 61%. Sin embargo, Menotti, con más partidos en el banquillo que su colega, no se asoma siquiera a un porcentaje de tal tamaño.

 Para rellenar aún más y exprimirle jugo a los ídolos, algunos testimonios:

 “Yo entiendo una sola manera de juego: con marca. Y ése (irremediablemente) es el fútbol que se viene”. Carlos Salvador Bilardo.

 “Defiendo el resultado y quiero que los jugadores sufran por conseguirlo”. Carlos Salvador Bilardo.

 “Perder contra Brasil, o quedar eliminado en la primera rueda, hubiera significado toda una vida de técnico tirada a la basura. Viví momentos muy difíciles. Me enloquecí. Por instantes, por la cabeza me pasaron cosas muy extrañas” (refiriéndose al mundial 1990). Carlos Salvador Bilardo.

“¿Que tendrá que ver este equipo con la doctrina Menotti? Más vale fuerza que toque.” Diego Maradona en el 1986.

“Para defender cierta ideología con fundamentos hay que conseguir logros". Juan Sebastián Verón.

“Hay que hacerle entender al jugador que el fútbol es un juego. Y, por lo tanto, es difícil, como todos los juegos. Porque lo más importante es saber jugar. Y jugar bien es entender el juego.” César Luis Menotti.

“[...] una mística del sacrificio y del trabajo que ocultaban, en realidad, la mediocre realidad de sus intenciones [...] llegaron un día los hombres insensibles, incapaces de sentir el cosquilleo emocionante de una gambeta o un pase de taquito y quisieron enfrascarlo, computarizarlo, cuadricularlo, preverlo, y hablaron del resultado como único objetivo válido [...]”. César Luis Menotti.


 Ahora que tenemos una detallada recapitulación de ambas historias; nos trasladamos a la segunda parte que es lo lindo y atrapante de esto: sus posturas, sus ideologías, sus estilos de juego y sus principios.

 El Doctor Carlos Salvador Bilardo privilegia un estilo fuerte, agresivo, que deja de lado el buen fútbol buscando solamente el resultado. Generalmente, se basa en pelotazos para llegar al área rival y es muy brusco en el sentido de disputa del balón. Busca quizás hacer daño, por eso suele parecer grotesco; pero en realidad es práctico, pragmático y escéptico. Aquí lo que interesa no es la estética, sino el resultado. Vale el 1-0 de penal (que no fue) en el último minuto. El fin justifica los medios.

 Se autodefine como un teórico del fútbol en el que el trabajo y entrenamiento, el sacrificio y el juego en equipo, deben primar en el terreno de juego. Gran táctico, Bilardo es reconocido como el abanderado de una manera de ver el fútbol, frente a la escuela representada por César Luis Menotti, que prioriza la belleza del juego y el espectáculo antes que la obtención de resultados.

 Con Bilardo todo es posible, desde aquel extraño líquido que le dio de beber a Branco, lateral izquierdo de Brasil, en un Argentina-Brasil de Italia ’90, y que, años después, jugadores argentinos reconocieron que contenía somníferos, hasta la famosa frase de “pisalo, pisalo”, cuando en un Deportivo-Sevilla de 1993, mientras entrenaba al equipo andaluz, el jugador del Deportivo, Albistegui, sangraba por la nariz y el médico del Sevilla corrió a socorrerlo. 

 Entrenadores que han seguido ese estilo han sido muchos, aunque se destaca a José Mourinho, especialmente en su época del Real Madrid, el Chelsea y el Inter. En el polo opuesto se sitúa el estilo de fútbol de César Menotti, el Menottismo, con el Barcelona de Guardiola como más reciente y destacado ejemplar.

 “El Flaco” sintió al deporte como su propia vida. Un amante de la individualidad, el defensor del clásico 10 con clase (no es casualidad que  Diego, el astro más grande que dio nuestro fútbol, debutó de la mano de él). Lo contradictorio del destino es que Maradona llegaría al punto máximo de su carrera bajo la dirección de su archirival, Carlos Salvador Bilardo, que hoy día ocupa la vereda de enfrente tanto mediática como popularmente.


 El Menottismo, es un paradigma de juego caracterizado por el buen fútbl, límpido, de estilo ofensivo, donde se llega al área no a pelotazos, sino al ras del suelo. Es un método -más bien una filosofía- que privilegia el ganar dando gusto a los ojos. La idea es atacar con la mayor cantidad de hombres posibles, que el espectador se divierta; en este sentido, es preferible ganar 5-4 que 1-0. Idealiza un fútbol estético, artístico, donde importa el cómo, el estilo: ganar es una consecuencia de jugar bien. La técnica, individual más que grupal, es primordial. No tanto así la táctica.

 Se trata de una corriente triunfadora en muchos equipos, como el Barcelona de Guardiola o Rijkaard, el Real Madrid de Valdano, pero también con enormes lagunas ya que ha habido una cantidad grandísima de conjuntos que han fracasado en su aplicación; el caso más representativo es la Brasil del 82, el equipo que posiblemente mejor haya jugado al fútbol.

 Un dato para los que se rigen por los números: Bilardo, como DT, suma dos títulos: Metropolitano 1982 con Estudiantes y, nada menos, que el Mundial de 1986. Menotti, también desde los bancos, acumula, al igual que el Narigón, una Copa del Mundo -1978- y un Metropolitano -Huracán 1973-. Pero añade una Copa de Liga, una Copa del Rey, una Supercopa de España (éstas tres últimas con el Barcelona) y el Mundial juvenil Sub-20 de 1979. Por cierto, Carlos Salvador no fue campeón dos veces como indica su página web oficial con el Deportivo Cali, consiguió llevarlo por primera vez a la final de la Libertadores pero jamás obtuvo títulos.

 Dejando en claro ya todo el material expuesto (con datos, estadísticas, testimonios e historiales) me enfoco en mi opinión personal.

 Yo creo que la mirada del “Flaco” hacia el fútbol es un tanto cerrada y terca. Si bien suena elegante y atractiva, el fútbol (como dice él) es justamente un juego, y no se puede hacer ojos ciegos e intentar imponer tu estilo sin importar si adelante tenés al Real Madrid o a Belgrano de Córdoba.

 Es un técnico 'conceptualista',  término que resume en jugar siempre con la misma ideología. "Defiendo a muerte mis conceptos y muero con ellos, sin fijarme lo que tengo en frente", algo que no comparto ni mucho menos. Depende de individualidades, el técnico busca convencer a cada uno de sus jugadores que es el mejor en su tarea. Podría denominarse al Menottismo como una filosofía invariable.

 El conceptualismo basa su impronta en la creencia e inventiva propia de cada jugador, creyendo únicamente en la motivación del técnico. Es decir, apoya al libre pensamiento del futbolista, dejando en claro que es quien va a definir -o no- un partido. A esta línea de pensamiento se adhieren la mayoría de los periodistas; algunos de ellos por propia convicción y otros sólo por conveniencia, ya que en estos tiempos ser "tacticista" está mal visto, o al menos, no encaja dentro de la consideración de los medios de comunicación más relevantes del país. Sin duda que Pagani lidera esta ideología futbolera, a la que se unen una larga lista de periodistas inocuos e inexactos, que siempre llevan las de ganar: si un equipo "conceptualista" juega mal es un mal día de los jugadores; de lo contrario toda la culpa y equivocación viene del lado del DT y sus "dibujos tácticos".

 El tacticismo, por su parte, considera fundamental un estilo de juego mantenido, basado en tácticas y estrategias para romper el juego del rival y construir el propio. Fucks y Fabbri son de los que más se acercan a esta idea.

 Marca vs. Talento, polifuncionales vs. especialistas, stoppers vs. zona, resultado vs. estética, detalles y pelota parada vs. conceptos de juego, obsesión vs. bohemia, trampas y ventajas vs. ética y fair play. Siempre de un extremo al otro. La síntesis brasileña sigue coleccionando títulos, mientras la miopía mediática local no se dio cuenta que la única manera de hacer crecer verdaderamente el “mercado”, fue abandonando deformaciones profesionales extremistas.



 Visto esto, yo me puedo autodefinir o acercar más a la idea del tacticismo, del Bilardismo. Pienso que cada partido es un mundo y cada rival es distinto; aunque no tengo una mirada cerrada de las cosas. Por ejemplo, creo que el Cholo Simeone es una gran combinación de ambos estilos. Intercalando conceptos y tácticas dentro del campo de juego logró desempeñarse como uno de los mejores entrenadores de fútbol en la actualidad. A mí me parece muy desacertado apostar a la imaginación de un solo jugador, y dejar librado al azar el mecanismo y el transcurso del partido. Sin embargo, en los dos casos se dan varias contradicciones. Menotti es relacionado con el fútbol “ofensivo” (pero supo practicar el achique); las individualidades creadoras (un star system, aunque Maradona nunca jugó bien en ella) y la espontaneidad y la alegría del juego (pero los partidos de su selección, salvo excepciones, eran aburridísimos, y en definitiva poco hay más triste que no ganar nunca). 

 Bilardo, simétricamente, ha sido convertido en paradigma del fútbol defensivo (pero usa menos defensores “netos”), del esquema rígido (pero planifica cada partido de manera distinta, según el rival) y del juego colectivo casi anónimo (pero Maradona hizo maravillas en esa estructura).  

 Algo importante a mencionar es que el “método” Menotti sólo funciona en equipos con jugadores brillantes, y siempre que estos se inspiren y no tengan enfrente un equipo muy bien ordenado. El “método” Bilardo puede ser aplicado por cualquier equipo con jugadores relativamente funcionales y sacrificados (no precisamente “estrellas”). Y eso es lo que lo diferencia mayormente, ésa es la paradoja central. Menotti, intelectual retrógrado (que elogia conservadoramente el fútbol “de antes”), propone un sistema elitista. Bilardo, picapiedras progresista, ha instalado, guste o no, un sistema que socializó el éxito futbolístico, acortando las antiguas y sagradas distancias entre equipos grandes y equipos chicos, fuertes y débiles, ricos y pobres —en el fútbol.

 De todas maneras, las estadísticas no marcan ninguna tendencia. Nadie puede definir con certeza qué cosa es mejor que la otra. Diferentes pensamientos; el debate está planteado. Ambas banderas, tuvieron sus triunfos. Menotti en el 78 (aunque los bilardistas dicen que se debe a los arreglos de la dictadura) y Bilardo en el 86 (pero los menottistas le adjudican el triunfo únicamente a Maradona). Contrariados a morir, hoy en día ninguno logró imponerse sobre el otro.



jueves, 25 de septiembre de 2014

¿Hay un recambio generacional de entrenadores?

Aquellos históricos directores técnicos, quienes alguna vez supieron cargarse de laureles engrandeciendo la historia de sus clubes, hoy son reemplazados por jóvenes ex futbolistas o entrenadores que terminan siendo más fructíferos, en este fútbol nuevo y renovado.

 La forma de jugar ha cambiado, eso es indiscutible. Ya no existe el “fútbol espectáculo” de antaño, cuando en los ’70 y ’80, la gente se sentaba en su butaca predilecta del estadio, a disfrutar de un show. Un show, en donde se celebraba una gambeta, un caño o una rabona –así sea del rival.

 Contrariamente, hoy se aplaude al que más corre, algo que no cabe en la cabeza de ningún viejo futbolero. El juego lento y vistoso ha desaparecido, para darle lugar al estado físico, la táctica, y por consecuencia, la rusticidad. Se ha restringido la libertad de los protagonistas; tornándolos soldados del sistema táctico.

 Por ende, podríamos decir que la manera de jugar, y las enseñanzas o el entrenamiento que reciben los flamantes jugadores, han cambiado drásticamente nuestro fútbol, excluyendo a un lado a los viejos ideólogos.

 Quienes terminan pagando los platos rotos, son los antiguos entrenadores que no terminan adaptándose. El caso de Carlos Bianchi en Boca; o el de Ramón Díaz en River, son los más famosos ejemplos entre miles de casos. El primero, quien retornó por la puerta grande, emulando la entrada de Napoleón a París, se tuvo que terminar marchando por la puerta chica de atrás, al no haberle encontrado la vuelta al fútbol actual en dos años a cargo del equipo. Hoy, el joven Arruabarrena, le ha devuelto la ilusión al hincha xeneize. El caso de Ramón, sin embargo, es un poco distinto. Si bien, su partida fue por el arco del triunfo, no muchos lo extrañan gracias al maravilloso fútbol que despliega el equipo de Marcelo Gallardo. 

 Los recién mencionados, son apenas dos granitos de arena en medio de un desierto. Hace algunos años, en Racing, se dio el benévolo y saludable cambio de Luis Zubeldía por Alfio Basile; y remontándonos al ascenso argentino, el Lobo platense descendió a la segunda categoría del fútbol argentino tras pésimos resultados de Ángel Cappa, y ascendió gracias al notable rendimiento alcanzado por Pedro Troglio.

 Este Torneo de Transición 2014, se ha devorado a varios entrenadores apenas en el inicio del mismo.  La poca vida útil de los técnicos y los urgentes resultados que se exigen en la actualidad, imposibilitan a los técnicos pensar en un proyecto que funcione con el tiempo.

El sistema del fútbol argentino nos ha llevado a esto, la imperiosa necesidad de sacar puntos, sin importar el mañana. Las nuevas reglas, sin lugar a dudas, están relegando a viejos entendedores, forjando así un recambio en las direcciones técnicas. ¿Hacia dónde marchamos?
  



viernes, 5 de septiembre de 2014

Gigante copado

Rosario Central se volvió a encontrar situado en el plano internacional luego de ocho años de sequía que parecieron pegarles fuerte. Despertó tarde del shock, y no es la primera vez que el equipo de Miguel Ángel Russo regala un tiempo completo. Casi como un vago irresponsable, logró ponerse de pie cuarenta y cinco minutos después que sonó el despertador: un Gigante de Arroyito atestado e inquieto.
No había que ser brujo para adivinar, previo al partido, las intenciones de uno y de otro. Boca intentaría tener la posesión y controlar los tiempos; Central buscaría apostar a los pelotazos al Loco Abreu. Y eso es lo que hicieron ambos con sus limitaciones.
El conjunto rosarino salió mal parado a la cancha, con el irremediable vicio del doble cinco y la dupla central en línea. Entre Donatti y Berra, no se entendía quién tomaba y quién sobraba. Para colmo, dichos desacoples, quedaban aún más evidenciados porque Musto no taponaba y Barrientos no lo secundaba. Esto hizo que el local fuese un free shop con las puertas abiertas de par en par, cuya entrada libre supieron aprovechar los atacantes Xeneizes en los primeros minutos.
Medina, que no fue punzante en ataque ni auxiliar en defensa; y Jonás Aguirre, al que no le dieron mucho juego, desaparecieron como alternativas y obligaron al balón largo constantemente, partiendo en dos al equipo. Aunque no todo fue negativo en este primer tiempo, porque el uruguayo Abreu peinó la mayoría de los adoquinazos que le enviaba la defensa para Acuña, que inspirado por momentos, dificultaba al visitante.
Los protagonistas, cuales niños de jardín de infantes, jugaron a ver quién era más generoso. Se prestaron la pelota –lo que hizo que el partido a veces quede planchado en una laguna- y dominaron de a ratos. Es cierto que éste no escaseó de situaciones claras y condimentos de todo tipo, ya que ningún mediocampo lograba encontrar un mínimo de estabilidad y contención.
Lo advertíamos todos los testigos: Central no achica, tiene complicaciones en el retroceso y queda desarmado cuando le acortan los tiempos en la recuperación. Es decir, cuando le son verticales. Y eso le acarrearía problemas: “si no es ahora, va a ser dentro de cinco minutos” recuerdo que le dije a un amigo. Y así fue. Tras una pérdida inútil del Chucky y un resbalón infortunado del Loncho, el equipo quedó a merced del destino, que haría festejar a Boca un gol de visitante que vale oro. Leandro Marín abría el marcador y constataba las falencias de un equipo que debe trabajar un abismo para mejorar.
En el segundo tiempo la historia fue otra. Con el ingreso de Becker, que le brindó variables interesantes en la generación, y con la notable alza de Jonás Aguirre por el flanco izquierdo, el Canalla se hacía merecedor del empate entre travesaños, penales no cobrados y goles imposibles de errar.
Y no se vaya a creer que había solucionado los disparates defensivos. Lo pudo perder en más de una contra, siempre atenuadas por los guantes de Caranta. Y otro gol visitante, sellaba la serie prácticamente. Condenaba al Auriazul a hacer dos goles en la Bombonera. Pero Boca estaba totalmente desorientado y olvidado, incluso con un jugador más. Vale recordar aquí, el desvergonzado episodio de Donatti, quién habiendo flaqueado los noventa minutos, propinó un codazo innecesario a Meli en un balón que ya tenía ganado.
Con la cuenta regresiva de los segundos que se extinguían, las ilusiones que se empañaban y los murmullos que calaban hondo en los oídos de los jugadores, se paró Pablo Becker frente a la pelota en un tiro libre directo que consumaría el tiempo. Al hacer flamear las redes del arco de calle Génova, el estadio quedó encubierto por un furibundo y unísono grito de gol. Que no significa que Central haya jugado bien, y que tampoco denota un buen resultado (ahora está obligado a convertir en la cancha de Boca). Pero que sin dudas, representa un desahogo y un recambio de aire para afrontar la vuelta. 

martes, 2 de septiembre de 2014

¿Nos ahogaremos?

 Por Fabrizio Turturici. 

La gente ignora el poder que tiene.
 Nuestra Argentina, la misma que alguna vez fue destino innegociable de miles de europeos necesitados de progreso, hoy se encuentra abismada por los Siete Mares con una balsa de madera desvencijada, navegando sin rumbo alguno, a la deriva.

 Cuando más parece estar aclimatándose a las cambiantes situaciones que la colman, se termina de derrumbar para volver a instalar en sus habitantes el corriente murmullo de: “no vamos a salir adelante nunca más”. ¿A qué se debe tanta irregularidad, tantos altibajos? ¿Por qué el país parece estallar cada diez años?  ¿Cómo sobrevivo a tantos sinsabores? Nuestro sentido común se superpobla de infinitas incertidumbres, nos hace sentir tontos utilizados por el sistema, manejados con hilos por el gobierno de turno cual titiritero a su muñeco de tela.

 Si hay políticos honestos -y estoy seguro que los hay-, ¿por qué siempre nos equivocamos y votamos al corrupto? Y peor aún: ¿por qué lo dejamos adueñarse de nuestro país sin proponerle un mínimo de resistencia o de exigencia? No somos culpables de esto, pero sí responsables. Al darle todo el poder a un solo partido (en lugar de componer el Congreso intercalando oficialistas y opositores), nos sumimos a un mandato autócrata y déspota, absolutista y totalitario. Hasta me animo a decir opresor.

¿Qué haría un gobierno que se enfrenta a una opinión pública descontenta, harta de demagogia y sin soluciones viables a la vista? Haría lo único correcto en un régimen democrático: renunciar. Democracia es discrepancia, y acá sos gorila, antipatria, destituyente o golpista por no estar de acuerdo con las paupérrimas operaciones de la Casa Rosada.

 El relato idílico que te venden, tan utópico, ideal y maravilloso como El País De Las Maravillas, no resulta verosímil ni para ellos, ni para quienes apoyan este modelo. Que somos un país progresista, dicen… Yo opino que no hay que confundir progresismo con populismo. El primero, se encarga de brindarte un trabajo para que puedas construir tu vivienda y supervivir por tus propios medios a la realidad de la vida. El segundo, el populismo, te incentiva a no trabajar gracias a planes, asignaciones o subsidios. Esto te faculta tener un plasma con antena de DirecTV, un celular nuevo o zapatillas carísimas. Pero, ¿adiviná adonde vas a tener todas estas cosas?: en la misma villa miseria que antes. Y así no se progresa, simplemente se está más cómodo. Pero claro, caes en el facilismo y en el trivialismo de aumentar el consumo pero no la inversión, para así asegurarte los votos de esta gente, desinteresada de trabajo y dichosa de sus nuevos recursos.

 Esta coyuntura no hace más que acrecentar la pobreza, y como consecuencia, engrandecer la delincuencia. De todos modos, vale la misma aclaración que la efectuada con los políticos: no todos los pobres son delincuentes, la mayoría son honrados y humildes trabajadores. Sin embargo, está comprobado que el complejo de marginalidad estimula el delito. Éste es un hilo sin fin del que los dirigentes jalan para enfrascarnos cada año con mayor virulencia en la inseguridad, únicamente por el provecho de un voto más. Y es que mirar a corto plazo es conveniente, porque pienso en mi mandato y no en el futuro del país. Por eso, ¿para qué voy a invertir en el porvenir, si puedo abultar mis bolsillos y nadie dirá nada?

 No sabemos si existió primero el huevo o la gallina, así como tampoco podremos comprender si los malos políticos son el reflejo de malas sociedades, o si por el contrario, un mal político hace mala a una sociedad. Resolver esto no es más que aportar tu granito de arena sin esperar que el otro lo haga; pues como plantea Adam Smith al referirse a “La Mano Invisible”, el progreso o desarrollo personal, en conjunto, se termina transformando en social.


 El entorno nos envuelve como una ola, en un sinfín de preguntas formuladas por cualquier ciudadano de sentido común, que en pos del progreso y tirando manotazos de ahogado para aferrarse a su balsa, continúa en la desesperada búsqueda de una respuesta que, difícilmente –de no ser por un cambio radical de conciencia social-, conseguirá.  

miércoles, 27 de agosto de 2014

Análisis: Godoy Cruz 0 - 4 River Plate.

Por Fabrizio Turturici.

Antecedentes:
River: viene de una importante victoria desde lo futbolístico vs. RC, y un valioso triunfo desde lo anímico vs. Colón por Copa Argentina (aunque por lo tanto, de jugar un partido entre semana). Dos puntos totalmente favorables: venir invictos en la “era Gallardo” y contar con público a su favor.
Godoy Cruz: cuatro puntos en dos partidos, que significaron un categórico triunfo ante Banfield por 3 goles y una levantada de un 0-2 ante Quilmes empatándolo agónicamente.

Historial: victorias –extrañamente- a favor de Godoy Cruz (con este partido, están igualados).

Formaciones:
River:  (4-3-1-2) Barovero; Mercado, Maidana, Funes Mori y Vangioni; Sanchez, Kranevitter y Rojas; Pisculichi; Mora y Teo. (Único cambio la figura pasada Chiarini x Barovero)
Godoy Cruz:  (3-4-1-2) Moyano; Jerez Silva, Aguilera, Cosaro; J.L.Fernández,  Rodríguez, Zuqui, Ceballos; Aquino; Garro y Ramírez.

 Comentario final:

 Claramente el equipo visitante salió decidido a atacar y sumido en la búsqueda incesante del gol durante los 90 minutos de partido. Esto se ve reflejado rápidamente en el resultado, ya que al primer minuto de juego, se ponía en ventaja con un golazo de Sánchez tras una estética jugada con toques rápidos, de primera, y sin dejar acomodar a la defensa rival. Si bien ésta no quedó mal parada, River la desestabilizó con paredes desde el sector izquierdo que terminó con un centro de Vangioni y una gran definición –también de primera- del uruguayo Sánchez (ex Godoy Cruz). Este gol fue mérito total de River, pero el segundo fue claramente fallo del rival. A los 3’ y de un saque de arco de Barovero que peina Mora, Teo se escapa solo contra las redes tras un yerro payasesco del arquero Moyano, y engrosa el marcador por dos goles para brindarle la consabida tranquilidad del formidable partido que tenía por delante.

 Sin relajarse pero más confiados por el resultado, el conjunto millonario puso, con gran incidencia de sus laterales y volantes, contra las cuerdas al local. Además, se hallaba ante un 100% de efectividad (dos jugadas, dos goles), la concreción que le faltó en anteriores partidos.

 Con goles tan tempraneros, lógicamente, se rompieron los esquemas y se exterminaron todos los proyectos que podía tener el Tomba en la previa. No así los de River, que seguía jugando como si fueran todavía 0 a 0, con la misma intensidad e idea de juego, y afianzándose en su materia cada minuto que pasaba.

Godoy Cruz vivía una pesadilla que no tenía provista, y en su pésimo retroceso se encontró con los bombardeos del rival, cada vez más próximos a seguir humillándolos. Por ejemplo en aquella jugada a los 10’, cuando despilfarraron un imperdonable contragolpe 3 vs. 2. El confundido equipo de Carlos Mayor -evidentemente inestable en la defensiva- se lanzaba como podía al ataque con sus escasos recursos y así y todo, consiguió inquietar a River –las pocas veces que el pressing de éste fallaba- ganándole las espaldas a los mediocampistas, pero le faltó claridad para definir.

 Al cuarto de hora de partido, la defensa mendocina se desentendió totalmente de las marcas en un tiro libre en contra, intentando un fallido achique hacia adelante que buscó provocar el off-side (o simplemente quedándose, producto del estado de shock en que se encontraban luego del duro golpe recibido), y Mora apareció para conectar el 3 a 0, en apenas 15 minutos.

Está claro que Godoy Cruz no hizo lo correcto al salir a presionar en la zona media, ya que River contaba allí con sus jugadores más hábiles y con su idea de toques de primera, salían victoriosos siempre. Mi humilde opinión es que el partido hubiese sido otro, si hubiesen achicado en lugar de ir desesperadamente sobre la posesión de la pelota. Cuando River se dio cuenta de esto, efectuó perfectamente el contrapressing: con toques continuos dejaban pagando la presión en zona 2 del Tomba y terminaban favorablemente mano a mano con los defensores. Observamos repetidamente durante el desarrollo, que como sus contrincantes corrían ciegamente hacia la pelota, su jugador más inteligente –Kranevitter- limpiaba la cancha (ya sea con un cambio de frente o con un pase entre líneas) y conseguían de esta manera, campo para lastimar. Lateralizando la pelota y haciéndose ancho sobre su integridad, lograban desarticular al adversario con gran movilidad de desmarque de todos sus jugadores y así, entraban al área sin golpear la puerta, con mucha libertad.

 Cuando River, por su parte, no tenía la pelota: se comprimía siempre en superioridad numérica al ejercer una presión alta, se esforzaban por la recuperación (tanto Mora como Pisculichi, de notable compromiso táctico sin pelota, como Rojas y Sánchez, cuando se cerraban brindándole apoyo a Kranevitter y a la defensa). Esto desgastaba a los rivales, ahogados durante el transcurso de los 90 minutos, y permitía la rápida recuperación del balón –generalmente antes del mediocampo. Ahí es cuando River olvidaba por momentos su libreto de posesión y fútbol horizontal, para asirse al contragolpe vertiginoso y al desenlace rápido, que causaba sorpresas en la retaguardia del rival. Este es un detalle muy destacable del equipo de Gallardo: no atenerse a un guión, o sea, ser versátil y cambiante según la situación.

 River en cada ataque daba concretas sensaciones de gol. A la media hora de juego, Teo se perdió un mano a mano absolutamente solo. Cinco minutos después, lo hizo nuevamente al no saber bajar una pelota que le hubiese significado el cuarto a su equipo. Y a continuación de esa oportunidad, hubo otra mediante una chilena de Mora.

 El Tomba, desesperado y confuso, se sumía cada vez más en la ridiculización propinada por su contrincante. Dato adicional: a los malos desajustes defensivos, los perjudicaron también las malas situaciones del campo de juego, que hacía que se patinen todo el tiempo. En alguna remota recuperación, era sumamente vertical (aunque con poca profundización) por dicha necesidad de descontar lo más pronto posible, pero esto se le hizo imposible además, por sus dos delanteros lentos y pesados, que eran Garro y el Tito Ramírez. Este último, con poco menos panza que mi padre.

 El nuevo sistema de juego que propuso River ilusionó al hincha, ya que logró compaginar: compromiso, convencimiento, actitud, estado físico, calidad técnica y capacidad táctica. Una columna vertebral sólida, compuesta por un Barovero eficaz, un Maidana como último hombre y un Funes Mori con grandes capacidades de anticipo (consolidados como una formidable dupla), un Kranevitter como punto de apoyo y salida, que perdió tan sólo una vez el balón, que recuperó 11 y que dio más del 90% de pases correctos. Complemento perfecto con Rojas y Sánchez, de gran despliegue. El apoyo lateral de Vangioni y Mercado cuando se desprendían, la conducción de Pisculichi como enlace del avance millonario y la contundencia de sus delanteros.

 Uno, utilizando la razón, imagina otra postura de los locales en el segundo tiempo. Esto no fue así. Si bien es cierto que tuvo algunas situaciones aisladas para descontar en los primeros minutos de esta mitad, donde el partido tuvo más ida y vuelta que un péndulo. Incluso había salido apenas mejor parado, un poquito más ordenado. Pero River seguía alternando toques de primera con peso ofensivo, y el Tomba se terminó de desmoronar a los 15’ del segundo tiempo, con los ingresos de Tomás Martínez y Boyé. Estos le dieron oxígeno y le imprimieron más velocidad y chispa ofensiva. El partido para los mendocinos se le volvió a tornar un calvario, y soñaban ávidamente con el pitazo final.

 El cuarto fue otro golazo. Avenidos en la idea de ampliar la ventaja, tocando repetidamente entraron Martínez y Gutiérrez, que luego de dos paredes seguidas y la definición del colombiano al segundo palo, pusieron el 4 a 0 definitivo.

 La expulsión del capitán J. L. Fernández ya no tuvo trascendencia, y el arbitraje del partido pasa a un segundo plano con tremenda distancia de goles.

 El tiempo se iba consumando y River se volvía a Núñez con mucha felicidad y satisfacción. La de seguir invicto con Gallardo desde el banco, y la de haber encontrado el equipo y la forma de su funcionamiento.  Me quedo con la imagen de River presionando intensamente en la zona 1, a los 85 minutos de partido y con cuatro goles de diferencia.

 Mi figura, sin dudas: el juvenil Matías Kranevitter. Combinó cambios de ritmo, de frente, pase entre líneas y estabilidad defensiva (completísimo, gran proyecto de la institución). No hay que olvidar que lo obnubiló completamente a Aquino, que en la previa era una de las amenazas que iba a proponer Godoy Cruz.


 En resumen, impecable victoria de River, que acopló presión y juego asociado en velocidad. Parece que Gallardo en poco tiempo encontró el equipo, y a los 11 titulares le suma el aporte de los juveniles del banco, que entran mucho mejor sin presión, a aportar y no a salvar. Si el Millonario mantiene esta línea, podrá ser bicampeón sin problemas. El tema es que no será fácil mantener este ritmo durante todo el campeonato, y también incide, obviamente, lo que te proponga el rival. Porque no todos los equipos van a sugerir un planteamiento tan insuficiente como el de Rosario Central la fecha pasada, o el de Godoy Cruz. Este equipo de Carlos Mayor, que se equivocó desde la previa al proyectar el desarrollo, y que lo pagó caro, con una goleada y una pintada de cara en su cancha. 

sábado, 9 de agosto de 2014

Análisis: Rosario Central 3 - 1 Quilmes.

Por Fabrizio Turturici.

   Los dos goleadores que le dieron la victoria: Delgado y Acuña.
 Rosario Central, con su habitual 4-4-2 y su idea de fútbol vertical que no prosperó, enfrentó a un Quilmes que, de principio, se lo imaginaba agazapado en su campo con dos líneas de 4 bien marcadas, más allá de que su disposición táctica en la cancha sea un 4-4-3. Sin embargo, ocurrió lo inesperado: Quilmes salió a jugar mejor parado, con mayor estabilidad defensiva (Pérez Godoy se metió entre los centrales formando un triángulo corto y Central no pudo contra eso), y proponiendo un poquito más que su rival en cuanto a materia ofensiva. Por suerte, en el segundo tiempo la crónica es otra.

Resultan banales mis intentos de analizar el partido como uno solo; en cambio, únicamente se me hizo viable descomponerlo en dos partes. Porque para mí, desde el momento que Arnaldo González la colgó del ángulo tras un tiro libre generado por una desconcentración defensiva del local, empezó el fútbol.

 Antes de eso, eran dos equipos volcados a la cancha sin ningún proyecto estratégico y abusando del estatismo táctico. Especulando demasiado con el rival de enfrente y con la cabeza más puesta en el largo parate del que venían que de un grato debut, el partido cayó en un pozo engorroso difícil de sobrepasar. Jugadas claras en el primer tiempo dignas de ser relatadas no hay, salvo aquella emprendida por Sarmiento desde la izquierda, que termina con una increíble situación despilfarrada por Hipperdinger luego de un flojo rebote de Caranta al medio (que ya venía de comerse un gol de tiro libre a su palo). Cuestiones tácticas a destacar en esta primera mitad: que el Canalla tuvo complicaciones por la banda diestra, donde el recién mencionado Bryan Sarmiento (10) hizo desvanecer a Ferrari, ya que no sólo logró contener la subida del Loncho, sino que lo hizo bailar cuarteto cada vez que lo encaró. Por ese sector tuvo vertiginosidad el partido, aunque escaso de ritmo y de profundidad. Es cierto, esto también se debió, en gran parte, a los desacoples entre Musto y Domínguez, que habían demostrado ser una dupla interesante, pero que no escalonaban –ni Musto taponó ni Nery se soltó- y jugaban equívocamente en línea.  Mismo pecado que el doblecinco, cometió la zaga central. No se notó que alguno haya cumplido la función de último hombre para evitar quedar mal parados. Más allá de los obvios desajustes que pueden tener duplas nuevas, todavía no aceitadas; no se corrió grandes riesgos debido a la tibieza con la que iban al frente los contrarios, y a la velocidad cuasiamateur con la que se disputó el encuentro. De todos modos quiero descollar las actuaciones de los debutantes Musto (claro en los pases y preciso en las coberturas) y Acevedo (férreo en la marca y en el juego aéreo, e impecable en los cruces).

 ¿Central equivocó los caminos? Sí. No se divisó en su juego el consabido verticalismo del torneo pasado, sino que cayó en la simpleza del “fulbito” insulso, previsible y totalmente pasivo. De acá para allá, de allá para acá, y no piso el acelerador ni desequilibrio de tres cuartos de cancha para adelante para evitar problemas en el retroceso. Tampoco se jugó para Abreu, y eso que entre Medina y Aguirre tiraron casi treinta centros, de los cuales ninguno conectó con peligrosidad la cabeza del centrodelantero.

 En fin, los primeros cuarenta y cinco minutos de vuelta al fútbol, dejaron mucho que desear y exterminaron las altas expectativas que tenía el hincha de Central, que había concurrido al Gigante de Arroyito con la misma avidez y el idéntico ensueño de siempre, de ver buen juego en su equipo.

 Pero no es la primera vez que el equipo de Miguel Ángel Russo se levanta de las pálidas para ponerle su rostro de Guerrero a la sequía de fútbol, y acá es cuando empieza otro partido. Con ímpetu y espíritu supo rehacerse sobre sus cenizas, y el gol con el que se encontró en su empeine el Loco Abreu lo envalentonó hacia la victoria. Pelotazo frontal de Medina para Niell, gran salto del enano que logra vencer a la pésima salida de Benítez y concreción del uruguayo para el empate. Acá se da el punto de inflexión del partido.

 Con el crecimiento de Delgado y con el arrastre de Jonás Aguirre por el flanco izquierdo, y más tarde -de la mano de la cantera- con los ingresos de Becker y Acuña que le proporcionaron el toque de sorpresa y la chispa de explosión que necesitaba al equipo para dar vuelta el partido, Central revirtió la historia a cinco minutos del final, y selló la alegría del pueblo auriazul en el último minuto. También fue relevante el aporte de Damián Musto, que creció en el segundo tiempo cuando se soltó un poquito más (gracias a la regresión del visitante) y fue el más claro punto de apoyo del ataque canalla.

 Como decíamos, Pablo Becker (que ya había amenazado con un majestuoso pase entre líneas que dejó mano a mano con el arquero cervecero al Cachete Acuña) deslizó la pelota por un restringido túnel al ciclotímico Rafael Delgado, que con un zapatazo al segundo palo enfervorizó al estadio y le dio la –desde entonces- merecida victoria.

 Sobre el final, resguardándose en su arco de los intermitentes ataques de su rival, encontró el tercero, de la mano de los dos jugadores que cambiaron el curso del partido. Contragolpe implacable: Nery roba y efectúa la salida rápida para Abreu. Éste pivotea y habilita a Becker, que traslada y corona su segunda asistencia de gol en el partido, ahora a Acuña, que amaga y define con mucha tranquilidad.

 Quilmes se había desmoronado físicamente y eso influyó, hay que decirlo. Pero nadie puede negar que en el segundo tiempo, Rosario Central haya ido con convicción, con corazón y con algo de fútbol para comenzar el año de manera ideal. Un 3 a 1 a favor, en su cancha, que sirve para extirpar los nervios y las ansiedades del debut, relajarse y poner la cabeza en el siguiente objetivo: River Plate en el Monumental.

El árbitro: un desastre. Demostró que no está capacitado para dirigir este tipo de partidos. Utilizó dos reglamentos distintos para cada equipo –los jugadores de Quilmes le hicieron lo que quisieron adentro de la cancha.

La figura: Pablo Becker, que con audacia ofensiva, desniveló cada vez que la tocó y torció el desvaído destino al que caminaba Central en el partido.

El técnico: Miguel Ángel Russo supo revertir la actitud desde el vestuario del entretiempo. Y si bien demoró los cambios algunos minutos de más, dio en la tecla justa en cuanto a nombres.




lunes, 28 de julio de 2014

Juan Manuel Fangio, prohibido olvidar.

Por Fabrizio Turturici.

La localidad de Balcarce, ubicada al sudeste de la provincia de Buenos Aires, es conocida por haber acunado a una leyenda del automovilismo, a un ídolo del deporte mundial y a un símbolo patrio de la historia argentina; todos ellos en una misma persona: Juan Manuel Fangio.

 Juan Manuel nació el 24 de junio de 1911. Diez años después, el menor de seis hermanos pasmaba a su modesta y trabajadora familia cuando se decidía abandonar los estudios para dedicarse a algo tan azaroso como la mecánica. Ese jovencito, que seguro no se imaginaría pentacampeón mundial de Fórmula 1 ni en su más remoto sueño, había volcado –acertadamente- todos sus intereses en los motores.

 Fangio sentía una abrasadora y magnética atracción por los coches, ya que con apenas una década de vida sabía conducir sin que nadie le enseñara, tal como declararía tiempo después: “La primera vez que manejé, me subí al auto, arranqué, empecé a andar y cuando vi que podía doblar y frenar tuve la impresión de que el auto tenía vida”.

 Los conocimientos en “el Chueco” (como lo apodaban por su otra pasión, el fútbol) se iban acumulando como si la cabeza de éste fuera una enciclopedia; y las habilidades al volante y a los pedales se forjaban de a pasos agigantados. Por estos motivos, en 1938 no tuvo dificultades en debutar en el Turismo Carretera (la competición automovilística argentina de mayor jerarquía) terminando su primera carrera importante en el séptimo puesto. Es cierto, lo hizo a la alta edad de 27 años y una notable mayoría no le daba el crédito que, poco tiempo después, se jactaría de habérselo dado desde el principio.

 En los albores de la década del ‘40, comenzaba a moldearse una historia prometedora de éxito y renombre. A bordo de su Chevrolet, se alzó con dos títulos nacionales seguidos y la ilusión creció notablemente. Sin embargo, el sueño se tuvo que postergar un tiempo, debido a los deseos de Fangio de ir a Europa –continente convertido en una carnicería humana- en busca de glorias aún mayores. De no haber sido por esa maldita Segunda Guerra Mundial, ¿quién dice que Fangio, al irse más joven, no podría haber hecho aún más de lo que hizo?

 Culminada la crisis europea, el Chueco reemprende sus andanzas por las pistas, y logra una cantidad significativa de títulos que le valen el apoyo financiero del gobierno de Perón, para su partida al viejo continente. No faltaba mucho para que su agilidad sea admirada por el mundo entero.

 Instalado allí, y con el vigente Campeonato Mundial de Pilotos organizado por la FIA, la silueta de Juan Manuel Fangio dejó huellas imborrables en la historia del automovilismo. Al mando de un Alfa Romeo, finalizó su primera experiencia en la F1 como subcampeón mundial. Al año siguiente, en 1951, Fangio se convierte en Campeón Mundial de Pilotos por primera vez (con tan sólo 40 años), y deslumbra a los fanáticos de la velocidad.

 Como no existe una historia sin capítulos negros, al año siguiente, mientras lucía su Maserati en el GP de Monza, sufrió el accidente más grave de su carrera al impactar contra los fardos de contención. La delgada línea que lo separaba de la vida a la muerte, era cada vez más estrecha. Pero los campeones de esta estirpe siempre salen adelante, y el Chueco a la siguiente temporada estaba sentado nuevamente arriba de su Maserati, con su tímida figura y su temerosa voz, contrastada por su valentía y audacia al volante.

 En esos primeros dos años de su reaparición, no pudo cosechar más que dos subcampeonatos. El bicampeón Ascari, era difícil de ser alcanzado debido a su veloz Ferrari.

 Fangio tuvo que esperar hasta el ’54 para volverse a ver las caras con un viejo conocido: el título. Su nombre es sinónimo de victorias, su apellido es sinónimo de campeón. Y mirá cómo serán de compatibles las palabras “Fangio” y “Campeón”, que terminó ganando cuatro Campeonatos Mundiales consecutivos. Repasemos entonces su haber: Campeón Mundial en el ’51 (con Alfa Romeo), en el ’54 y ‘55 (con Mercedes), en el ’56 (con Ferrari) y en el ’57 (en su vuelta a Maserati).

  Este último, el de 1957, resulta muy llamativo por innumerables motivos. Los tres más destacados a tener en cuenta son: el simple hecho de la edad (tenía 46 años cuando se alzó con su pentacampeonato); la memorable hazaña de haber vencido a los pilotos más grandes de Ferrari con una escudería considerablemente inferior; y la peripecia de haber sido participe de la recordada “carrera del siglo” en el GP de Alemania.

 En 1958, el destino quiso que en Reims, allí donde todo había comenzado hace diez años para el piloto argentino en la Fórmula 1, se despidiera para siempre de los motores.

 Se terminó quedando con varios reconocimientos, como el del piloto con más títulos (hasta hace poco, que fue superado por Michael Schumacher); el de mejor promedio de victorias; el único que ganó cuatro campeonatos con distintas escuderías; y el piloto campeón más longevo. Los últimos tres, aún los mantiene.

 En julio de 1995, con 84 años y una vida plagada de triunfos, reconocimientos y honores, pereció el titán del automovilismo argentino y mundial. Un orgullo, sin duda, prohibido de olvidar.

domingo, 27 de julio de 2014

El inmortal muchacho brasileño.

La historia de Ayrton Senna, campeón de campeones.
Por Fabrizio Turturici.

Que de Brasil surgieron innumerables estrellas del deporte, es algo consabido para los amantes del mismo. Entre ellos, es imposible no mencionar el nombre de Ayrton Senna da Silva: sin duda, el más grande piloto de Fórmula 1 de todos los tiempos –no sólo del país, sino del mundo para muchos eruditos- con una personalidad humilde y ganadora que brillará para siempre en la eternidad.  Porque es así, mientras algunos tienen su fama efímera, por una recta, unas vueltas, unas curvas; otros, como Ayrton, ponen su firma definitiva en los papeles de la historia grande del automovilismo.

Nacido el 21 de marzo de 1960, en San Pablo, Ayrton Senna no demoró su pasión por los autos de su nacimiento: de muy chico, su padre Milton, construyó para él un karting equipado con frenos a disco y un motor extraído de una picadora de caña que le permitía alcanzar una velocidad de 60 km/h. Vecinos de su antigua casa, atestiguan que permanecían horas mirando perplejos y boquiabiertos cómo ese chico, de unos cuatro o cinco años, agarraba las curvas con una noción propia de un sabedor.

 La dedicación y la habilidad de Senna al volante se iban alimentando con el pasar de los años de manera abismal. Tanto es así, que a los 17 años consiguió su primer título sudamericano de kart, éxito que repitió al año siguiente. Ese mismo año (1977) participó de su primer Mundial, sin poder lograr el podio. Y aunque su vidriera rebosaba de títulos brasileños, el título mundial se resistía a caer de su lado, conformándose con dos subcampeonatos y con un prestigio de campeón que comenzaba a llamar la atención de todos los fanáticos y a asomar sus narices en los principales medios periodísticos de cada rincón del mundo.

 Con 21 años, joven –aunque decidido a triunfar y con una inmensa trayectoria por delante-, Ayrton cruza el Atlántico empeñado en ser parte de la élite profesional del deporte, recayendo en Gran Bretaña, “cuna del automovilismo”, su paradero que lo llevaría a la gloria ad eternum.

 Convencido en abandonar todo tipo de trabas psicológicas que eran su carga desde Brasil, al mando de un Van Diemen Rf80 – Ford, se inscribe en dos campeonatos y los vence de forma clamorosa, con un palmarés lleno de vueltas rápidas y victorias. El sendero hacia el Olimpo parecía que se abriría expedito a sus pies, pero un viento sopla desde el continente americano, con la noticia de que lo había abandonado su bella esposa Lilian. Senna, sin dinero y ofuscado por su flagrante separación, decide volver a su añorado país; lamentándose, entre tantas cosas, por sus bajos ánimos de continuar con su sueño. Así lo evidenció en una de sus célebres frases: “Me doy cuenta que para progresar el talento es insuficiente, hace falta dinero y muy buena preparación psicológica. Debo elegir entre mi familia y las carreras, y no quiero ir corriendo detrás de los sponsors. Me retiro de todo, sólo correré en kartings”.

 Después de un tiempo, reanimado por sus afectos, encendió el motor, puso primera y volvió a encaminar sus deseos y anhelos. Un sinfín de victorias y poles en la categoría 2000 del Pace British y Efda, le valieron su merecido premio de disputar con un Ralt Rt3 – Toyota la competencia de F-3. Mientras tanto, Ayrton residía en una casita cerca de Norwich, que antes había pertenecido a un ex piloto de Fórmula 1, Raul Boesel: todo un indicio.

 Sin dudas, éste era su escalón a la F1 y sabía que no podía desaprovecharlo. Las demostraciones de clase que propinaba sobre la pista, le permitieron contar con el sponsor de Malrboro, que lo llevó al Campeonato Mundial de F3 en Asia para que lo pudiera ganar abrumadoramente. El examen estaba superado, y por fin le llegaría ese momento de debutar en la Fórmula 1, del cuál estaba ávido desde los cinco años.

 Su entrada a la misma se produjo de la mano de un contrato firmado por la modesta escudería Toleman. Apenas en su segunda carrera, Ayrton logró la sexta posición, a pesar de correr con el frontal de su monoplaza estropeado. Para confirmar que este resultado no fue casual, Senna repitió en el GP de Bélgica. Y luego, en el de San Marino, no pudo clasificarse por un inconveniente entre Toleman y Pirelli. Lo que el brasileño no sabía, es que precisamente allí, el futuro le tenía reservado una terrible fortuna.

 El año 1984 tuvo un momento álgido para Ayrton: el del GP de Mónaco. La jornada en el principado había amanecido lluviosa y con una intensa bruma que bloqueaba hondamente la visibilidad. Nadie se esperaba que el emergente genio de la F1 se destacara de tal manera en esas condiciones. Ninguno de los millones de espectadores conocía la destreza que Senna tenía en pistas mojadas, y fue así que dio el gran batacazo. Entre charcos de aguas y a base de espectaculares maniobras y adelantamientos, logró la segunda plaza. En su mira, tenía apuntado al primer lugar, que era ocupado por Alain Prost. Hombre que en el tiempo se convertiría, sin dudas, en el mayor oponente de Ayrton.

 El resto del campeonato, con un vehículo bastante mediocre, logró varios podios y dio a conocer su nueva decisión: se iría de Toleman para correr en Lotus. Así, más acaudalado gracias a su nuevo vínculo y con una monoplaza mucho más competente –si bien ese año dominaban los McLaren-, logró alzarse con dos importantes victorias, la primera bajo la lluvia de Estoril y la segunda, en Bélgica.

 Al año siguiente, 1988, Senna consigue su primer título de la mano de McLaren y el prestigio que merecía. Porque fue ese campeonato, que el virtuosismo de Ayrton pudo más que la experiencia y la estrategia del “profesor”, Alain Prost. Tras un emparejamiento constante y una resolución final apretada, el as brasileño se adjudicó su primer título de F1, lo que sería el puntapié inicial de una gran crónica.

 En 1989, las relaciones de Senna y Prost –compartían escudería- eran de gran compañerismo y camaradería (o al menos eso parecía). Aquí la historia da un rotundo giro sobre su eje, y los enfrenta casi permanentemente, luego del no cumplimiento de un preacuerdo hecho entre ambos, que pactaba que el primero que llegue a la curva, no se vería atascado por el otro. Desde esa victoria de Ayrton –en la que Alain había largado mejor y el incidente lo hizo deshacerse-, se desenterró el hacha de guerra y se aseveró que cada uno seguiría su camino-. Algo que, claro, tampoco se cumpliría, teniendo en cuenta que sus peripecias se volvieron a cruzar en innumerables ocasiones. Meses más tarde, en el GP de Japón, Senna tenía en la mira de sus pequeños y desafiantes ojos la patente de Prost, que era acechado por la velocidad del brasileño. Cuando sobre el ocaso de la carrera éste pudo pasarlo en una curva, “el profesor” se le cerró previendo la maniobra, ocasionando el enganche de los vehículos. Senna pudo continuar, y arrebató el primer puesto (que estaba ahora ocupado por Nannini). Sin embargo, el francés Balestre le consintió la victoria al italiano, generando violentas polémicas que devinieron en una descalificación y multa por parte de la FIA; y la gradual depresión del brasileño. Su estado emocional que ya rayaba el paroxismo, y sus negros ojos, que ahora reflejaban un infinito túnel oscuro de incertidumbres, desconsuelo y nostalgia; brillarían nuevamente al año siguiente, con la redención con Prost y su segundo título mundial.

 1990 fue una buena oportunidad para reconstruirse sobre su base. Como una mitológica ave fénix (que cada vez que se derrumba, se rehace sobre sus cenizas), Ayrton Senna da Silva litigó nuevamente con el actual N°1 en la tierra del sol naciente, que ahora paseaba su lomo sobre una potente Ferrari roja. Sin embargo –y más allá de toda refracción-, se subió a su coche decidido a reverdecer sus ímpetus, sin necesitar 46 vueltas como el año pasado, sino que apenas una curva, la primera, para despojar a Prost de la hegemonía colocando su figura y para adornar sus repisas con otro trofeo mundial.

 Un nuevo año, un nuevo título. El 1991 para Ayrton Senna fue un año complicado aunque lleno de triunfos. Él mismo lo declaró uno de los más infelices de su vida. Y no fue de mucho consuelo haber logrado el tricampeonato mundial (nuevamente en Susuka, Japón); haber logrado un GP en sus tierras natales (hecho que repetiría dos años después); haber colocado su nombre en una exclusiva y restringida lista de tricampeones mundiales de la F1; y haber consiguido el éxito sempiterno.

 Los años que siguieron, fueron un intento banal e infructuoso de contrarrestar la supremacía de Williams-Mansell. En el ’93, y sosteniendo su argumento de cuán insoportable es la presión psicológica de pertenecer a la élite, el genio de la F1 casi se pierde de participar por cuestiones contractuales. Aun así, luego de duras tratativas, vuelve a deslumbrar al planeta con sus maniobras. Por ejemplo: en el circuito británico de Donington Park, bajo la lluvia más impresionante de los últimos veinte años, cuando Senna largó mal y comenzó a devorarse uno por uno, llegando de nuevo, al segundo lugar (precedido por Prost y su “astronave”), y volviéndoselo a arrebatar finalmente. El final del año proclamó campeón al piloto francés. Senna refrendó su clase excepcional con un subcampeonato y una serie de cinco victorias consecutivas con su monoplaza notablemente inferior a la de sus adversarios.

 Lamentablemente, no todas las historias tienen un final feliz; y aunque desearíamos que el 1994 jamás hubiese llegado, es inevitable de omitir en las crónicas de nuestro héroe. Senna, quien venía de consabidas depresiones y no se lo veía feliz acorde a sus logros, agobiado por las presiones, tuvo la mala decisión final de seguir corriendo y no abandonar el deporte, cuando se sabe, que estuvo a punto de hacerlo. Firmó para la escudería Williams una muerte previsible, causada por los ineficientes “cráneos” de la organización.

 Las pruebas invernales habían desanimado y preocupado la granítica confianza del abrumado Senna. Los nuevos vehículos se habían vuelto inmanejables e incómodos, y ya se habían sucedido una serie de accidentes que preocupaban a todo el mundo (salvo a los minúsculos cerebros de la FIA, claro).

 San Pablo, su “patria chica”, recibía el primer GP del año y junto a él, a su máxima figura. Las calles de Brasil rebosaban de alegría y cada bar del lugar se desbordaba de locura y pasión por su máxima figura. Para sorpresa de todos, Ayrton sufriría un trompo, y la carrera la ganaría otro emergente campeón de campeones, Michael Schumacher. Las sombras invernales se volvieron cada vez más densas y ni siquiera “el hijo de las tormentas y los fuertes vientos” pudo disiparlas.

 Gran Premio de San Marino. Imola, circuito Enzo y Dino Ferrari. Curva de Taramburello. Año 1994. 1 de mayo. El recuerdo es una pesada carga sobre la espalda imposible de sacársela de encima, la memoria resquebraja los moribundos corazones de cualquier amante del automovilismo. O del deporte mejor dicho. Porque Ayrton Senna, de un segundo a otro, pasó a formar parte de la pole. Esta vez, la pole del cielo.


 Su funeral fue uno de los más emotivos de la historia. El inerte cuerpo que había pertenecido horas antes al piloto más grande de Brasil y del mundo, fue acompañado por las calles de su amado San Pablo por más de dos millones de personas desconsoladas y atónitas, realizando su recta final al Olimpo de los Dioses del automovilismo.