Por Fabrizio Turturici.
Rosario Central, con
su habitual 4-4-2 y su idea de fútbol vertical que no prosperó, enfrentó a un
Quilmes que, de principio, se lo imaginaba agazapado en su campo con dos
líneas de 4 bien marcadas, más allá de que su disposición táctica en la cancha
sea un 4-4-3. Sin embargo, ocurrió lo inesperado: Quilmes salió a jugar mejor
parado, con mayor estabilidad defensiva (Pérez Godoy se metió entre los centrales formando un triángulo corto y Central no pudo contra eso), y proponiendo un poquito más
que su rival en cuanto a materia ofensiva. Por suerte, en el segundo tiempo la
crónica es otra.
Los dos goleadores que le dieron la victoria: Delgado y Acuña. |
Resultan banales mis intentos de analizar el partido como uno
solo; en cambio, únicamente se me hizo viable descomponerlo en dos partes.
Porque para mí, desde el momento que Arnaldo González la colgó del ángulo tras
un tiro libre generado por una desconcentración defensiva del local, empezó el
fútbol.
Antes de eso, eran
dos equipos volcados a la cancha sin ningún proyecto estratégico y abusando del
estatismo táctico. Especulando demasiado con el rival de enfrente y con la
cabeza más puesta en el largo parate del que venían que de un grato debut, el
partido cayó en un pozo engorroso difícil de sobrepasar. Jugadas claras en el
primer tiempo dignas de ser relatadas no hay, salvo aquella emprendida por
Sarmiento desde la izquierda, que termina con una increíble situación despilfarrada
por Hipperdinger luego de un flojo rebote de Caranta al medio (que ya venía de
comerse un gol de tiro libre a su palo). Cuestiones tácticas a destacar en esta
primera mitad: que el Canalla tuvo complicaciones por la banda diestra, donde el
recién mencionado Bryan Sarmiento (10) hizo desvanecer a Ferrari, ya que no
sólo logró contener la subida del Loncho, sino que lo hizo bailar cuarteto cada
vez que lo encaró. Por ese sector tuvo vertiginosidad el partido, aunque escaso
de ritmo y de profundidad. Es cierto, esto también se debió, en gran parte, a
los desacoples entre Musto y Domínguez, que habían demostrado ser una dupla
interesante, pero que no escalonaban –ni Musto taponó ni Nery se soltó- y
jugaban equívocamente en línea. Mismo
pecado que el doblecinco, cometió la zaga central. No se notó que alguno haya
cumplido la función de último hombre para evitar quedar mal parados. Más allá
de los obvios desajustes que pueden tener duplas nuevas, todavía no aceitadas;
no se corrió grandes riesgos debido a la tibieza con la que iban al frente los
contrarios, y a la velocidad cuasiamateur con la que se disputó el encuentro.
De todos modos quiero descollar las actuaciones de los debutantes Musto (claro
en los pases y preciso en las coberturas) y Acevedo (férreo en la marca y en el
juego aéreo, e impecable en los cruces).
¿Central equivocó los
caminos? Sí. No se divisó en su juego el consabido verticalismo del torneo pasado,
sino que cayó en la simpleza del “fulbito” insulso, previsible y totalmente
pasivo. De acá para allá, de allá para acá, y no piso el acelerador ni
desequilibrio de tres cuartos de cancha para adelante para evitar problemas en
el retroceso. Tampoco se jugó para Abreu, y eso que entre Medina y Aguirre
tiraron casi treinta centros, de los cuales ninguno conectó con peligrosidad la
cabeza del centrodelantero.
En fin, los primeros
cuarenta y cinco minutos de vuelta al fútbol, dejaron mucho que desear y exterminaron
las altas expectativas que tenía el hincha de Central, que había concurrido al
Gigante de Arroyito con la misma avidez y el idéntico ensueño de siempre, de
ver buen juego en su equipo.
Pero no es la primera
vez que el equipo de Miguel Ángel Russo se levanta de las pálidas para ponerle su
rostro de Guerrero a la sequía de fútbol, y acá es cuando empieza otro partido.
Con ímpetu y espíritu supo rehacerse sobre sus cenizas, y el gol con el que se
encontró en su empeine el Loco Abreu lo envalentonó hacia la victoria. Pelotazo
frontal de Medina para Niell, gran salto del enano que logra vencer a la pésima salida de Benítez y concreción del
uruguayo para el empate. Acá se da el punto de inflexión del partido.
Con el crecimiento de
Delgado y con el arrastre de Jonás Aguirre por el flanco izquierdo, y más tarde -de la mano de la cantera- con los ingresos de Becker y Acuña que le proporcionaron el toque de sorpresa y
la chispa de explosión que necesitaba al equipo para dar vuelta el partido, Central
revirtió la historia a cinco minutos del final, y selló la alegría del pueblo
auriazul en el último minuto. También fue relevante el aporte de Damián Musto,
que creció en el segundo tiempo cuando se soltó un poquito más (gracias a la
regresión del visitante) y fue el más claro punto de apoyo del ataque canalla.
Como decíamos, Pablo
Becker (que ya había amenazado con un majestuoso pase entre líneas que dejó
mano a mano con el arquero cervecero al Cachete Acuña) deslizó la pelota por un
restringido túnel al ciclotímico Rafael Delgado, que con un zapatazo al segundo
palo enfervorizó al estadio y le dio la –desde entonces- merecida victoria.
Sobre el final,
resguardándose en su arco de los intermitentes ataques de su rival, encontró el
tercero, de la mano de los dos jugadores que cambiaron el curso del partido.
Contragolpe implacable: Nery roba y efectúa la salida rápida para Abreu. Éste pivotea y habilita a Becker, que traslada y corona su segunda asistencia de
gol en el partido, ahora a Acuña, que amaga y define con mucha tranquilidad.
Quilmes se había
desmoronado físicamente y eso influyó, hay que decirlo. Pero nadie puede negar
que en el segundo tiempo, Rosario Central haya ido con convicción, con corazón
y con algo de fútbol para comenzar el año de manera ideal. Un 3 a 1 a favor, en su cancha, que
sirve para extirpar los nervios y las ansiedades del debut, relajarse y poner
la cabeza en el siguiente objetivo: River Plate en el Monumental.
El árbitro: un desastre. Demostró que no está capacitado
para dirigir este tipo de partidos. Utilizó dos reglamentos distintos para cada
equipo –los jugadores de Quilmes le hicieron lo que quisieron adentro de la
cancha.
La figura: Pablo Becker, que con audacia ofensiva, desniveló
cada vez que la tocó y torció el desvaído destino al que caminaba Central en el
partido.
El técnico: Miguel Ángel Russo supo revertir la actitud desde el
vestuario del entretiempo. Y si bien demoró los cambios algunos minutos de más,
dio en la tecla justa en cuanto a nombres.
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