Antes de explayarme en el tema y su crítica, quiero
aclarar que al escribir este breve ensayo sobre el Cristianismo, mi ilustración
se pronuncia con total indignación y mi cuerpo se expresa rebosante de náuseas
que me causan el envolverme en uno de los temas más lamentables de la historia
universal.
«Ya en la Ilíada de Homero, los Dioses son seres de marcada
insensibilidad que utilizan al hombre como juguete para entretenerse,
trazándole destinos imposibles y riéndose de sus desdichas.»
José Pablo Feinmann, Filosofía política del poder mediático.
Ahora sí. Como punto de partida, vamos a poner en tela de
juicio el famoso razonamiento hegeliano que dice: “el hombre es un ser pensante; en esto
se distingue de los animales”. Tomémoslo para analizarlo con cierto grado
de ironía: si fuera cierto, ¿no suena incoherente que esta teoría que habla de
la fascinación de un “Dios supremo", reine sobre nuestra raza y, sin
embargo, sean los animales quienes queden exentos de esta loca y estúpida falta
de cordura llamada Cristianismo?
Al hacerme este interrogativo, no estoy
desmitificando el genio de Hegel ni diciendo que su frase sea incorrecta;
únicamente me permito disentir en el absolutismo que él plantea: si en nuestra
vida de Occidente, las masas, o sea las mayorías, son cristianas, algo no
carbura del todo bien en la cabeza de nosotros. Por eso, mi necesidad de
dedicarle largas y solitarias horas de la noche a la escritura de este texto.
Las fuentes de esta historia datan de la época
del Imperio Romano; esa incalculable y magistral organización expansionista que
gozaba de su mayor esplendor cuando los gusanos del Cristianismo comenzaron a
roerle los cimientos hasta tornarlo cenizas en su plenitud.
La civilización romana, dispuesta y preparada
para soportar los más poderosos embates de sus enemigos y hasta la propia
tiranía de sus peores emperadores; no pudo, sin embargo, contrarrestar el
rápido y sigiloso avance de ese vampiro llamado cristiano, que desbarató entre
gallos y medianoche su vasta realización y con él, al mayor legado de la
antigüedad.
Ese triunfo católico, tan temeroso para aquellos que veían la causa Roma con la severidad que implicaba su motivo, y para cualquier ser pensante de cualquier recoveco del globo, no sólo significó el refugio de los cobardes, fracasados y débiles –incapaces- de obrar por su voluntad y cargar sobre su pecho los resultados de sus actos. Fue mucho más que eso; fue la abolición del pensamiento, la hemiplejia de la seriedad para las verdaderas cosas y la succión del instinto para la realidad. La esclavización de las conciencias, la enajenación de las “almas”, la colonización de las subjetividades y la monopolización de la "verdadera ética". Además, y haciendo hincapié en esto: la instalación de la maldita corrupción (la Iglesia ha contagiado su corrupción a todos los ámbitos de la vida, brindando una exposición que explica la corrupción del hombre desde momentos históricos).
La gravedad de todo esto, como si fuera poco lo
recién mencionado, es que el fiel, ciego de fanatismo, deja de pertenecerse a
sí mismo para pasar a ser un medio consumido por otro: no piensa, es pensado.
El poder de la Iglesia (y no sólo él, sino cualquier poder) siempre tiene que
contar con el idiotismo de los sujetos. Una vez que lo conquista, lo profundiza
y trata de evitar que se escape. En este caso, Heidegger diría: "El «uno» vive bajo el
señorío de los otros" y
Foucalt lo respaldaría con este redundante y nunca tan veraz juego de palabras: "son sujetos sujetados". En
resumen, lo fundamental que hay que quitarle al hombre para someterlo, es su
conciencia crítica. Y ningún medio fue más eficaz para esa tarea –la de
evitar el contrapoder- que la barbarie enferma hecha potencia. Quiero decir, la
Iglesia.
Me resulta difícil pronunciar Cristianismo y
Moral en un mismo texto, recordando que fueron ellos los que emprendieron
aquellas sanguinarias campañas militares llamadas «cruzadas», que
tuvieron el objetivo de restablecer el total control cristiano sobre la Tierra
Santa. Infundando el miedo a sus secuaces, mediante el pecado, el concepto de
culpa y castigo al romper el “Orden Moral” de las cosas, el Infierno, y demás
clases de supercherías, Dios pudo tiranizar a los sujetos hasta convertirlo en
sus esclavos. Mediante la paranoia, que por cierto es una gran herramienta de
extorsión, él supo enseñarles qué hacer y cómo hacerlo, qué no hacer y de qué
manera pedir perdón arrodillado frente al confesionario, para ganarse un
lugarcito en el cielo: “Dios
perdona al que hace penitencia, al que se somete al sacerdote”. Hablando del
cielo, otra ridiculez –la del más allá- que no hace más que desvalorizar esta
vida que es, en definitiva, la única que vamos a vivir. Estos elementos, sólo
se me hace posible analizarlos y catalogarlos como métodos de tortura, de
extorsión y de sometimiento. De esta maraña que les hice (y pido perdón si la
rabia no me deja ser inteligible), arribo al famoso y universal dicho: “Dios no existe, y si existe es malo”. Y otro aún mejor: “el Dios que Pablo ha creado es la
negación misma de Dios”.
Ya los griegos consideraban a la esperanza como
el mal de todos los males –por su capacidad de entretener al desgraciado. La fe
significa negarse a conocer una verdad, o sea, es símbolo de la decadencia. Y
efectivamente, llevar la fe como bandera es síntoma de no creer en tu
integridad tanto física como intelectual. Esto denigra a nuestro cuerpo… y a la
ciencia misma. Por tal motivo, se ha producido un atraso científico de milenios
por culpa de la religión, y se ha obstaculizado la búsqueda y el desarrollo de
nuevos métodos y procedimientos de investigación bajo este concepto: “¡Fuera
los médicos, la gente necesita salvadores del alma!”. Al introducirme en estos
pantanos, se me hace inevitable recordar con gracia aquel chiste de humor
negro, en el que un paciente sale del coma cuatro y se encuentra en la camilla
del hospital agradeciendo a Dios por haberlo salvado. El médico, al escucharlo,
no da crédito a lo que está oyendo mientras una total falta de respeto invade
su existencia. Acto siguiente: lo desconecta al son de “¿con que Dios te salvó,
eh? Entonces me imagino que ya no necesitarás de mi ciencia”. En suma, podemos
deducir al dicho "la fe
mueve montañas" como algo
que se pueda constatar realizando una breve visita a cualquier psiquiátrico.
Será, acaso, que mi pensamiento no admite la
ignorancia de las masas al delegar su "destino" a un ser
cristalinamente inexistente y oscuramente cruel en su propia inexistencia. O
será, quizás, que no logro contemplar las justificaciones que dan para
entregarse a dicha locura, ni comprender el extraño éxito que tuvo, tiene y
–lamentablemente- tendrá en la historia de la Humanidad dicha religión. Yo, no
puedo hacer más que citar a Nietzsche para cerrar mi indignado ensayo: “esto dejó de ser una enfermedad y
pasó a ser una indecencia. Éste es el punto de partida de mi asco (…) Miro
alrededor: no ha quedado una sola palabra de lo que en un tiempo se llamó «verdad»”. Ya ni ellos creen su
cuentito; todo el mundo sabe esto y, sin embargo, todo sigue igual que antes. A
mí, permítanme seguir siendo un escéptico que recurre siempre con avidez a la
nihilización de los hechos. Y más que un escéptico, un ser con el mínimo e indispensable
grado de cordura, razón y honestidad que se necesita para vivir con dignidad
sobre esta tierra. Jamás estaré del lado de esta banda de seres cobardes,
afeminados y dulzones, que despojaron lo más valioso del ser humano: su
libertad y su conciencia. ¿Adónde
fue a parar el último resto de decencia, de respeto propio, de nuestra Humanidad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario