martes, 2 de septiembre de 2014

¿Nos ahogaremos?

 Por Fabrizio Turturici. 

La gente ignora el poder que tiene.
 Nuestra Argentina, la misma que alguna vez fue destino innegociable de miles de europeos necesitados de progreso, hoy se encuentra abismada por los Siete Mares con una balsa de madera desvencijada, navegando sin rumbo alguno, a la deriva.

 Cuando más parece estar aclimatándose a las cambiantes situaciones que la colman, se termina de derrumbar para volver a instalar en sus habitantes el corriente murmullo de: “no vamos a salir adelante nunca más”. ¿A qué se debe tanta irregularidad, tantos altibajos? ¿Por qué el país parece estallar cada diez años?  ¿Cómo sobrevivo a tantos sinsabores? Nuestro sentido común se superpobla de infinitas incertidumbres, nos hace sentir tontos utilizados por el sistema, manejados con hilos por el gobierno de turno cual titiritero a su muñeco de tela.

 Si hay políticos honestos -y estoy seguro que los hay-, ¿por qué siempre nos equivocamos y votamos al corrupto? Y peor aún: ¿por qué lo dejamos adueñarse de nuestro país sin proponerle un mínimo de resistencia o de exigencia? No somos culpables de esto, pero sí responsables. Al darle todo el poder a un solo partido (en lugar de componer el Congreso intercalando oficialistas y opositores), nos sumimos a un mandato autócrata y déspota, absolutista y totalitario. Hasta me animo a decir opresor.

¿Qué haría un gobierno que se enfrenta a una opinión pública descontenta, harta de demagogia y sin soluciones viables a la vista? Haría lo único correcto en un régimen democrático: renunciar. Democracia es discrepancia, y acá sos gorila, antipatria, destituyente o golpista por no estar de acuerdo con las paupérrimas operaciones de la Casa Rosada.

 El relato idílico que te venden, tan utópico, ideal y maravilloso como El País De Las Maravillas, no resulta verosímil ni para ellos, ni para quienes apoyan este modelo. Que somos un país progresista, dicen… Yo opino que no hay que confundir progresismo con populismo. El primero, se encarga de brindarte un trabajo para que puedas construir tu vivienda y supervivir por tus propios medios a la realidad de la vida. El segundo, el populismo, te incentiva a no trabajar gracias a planes, asignaciones o subsidios. Esto te faculta tener un plasma con antena de DirecTV, un celular nuevo o zapatillas carísimas. Pero, ¿adiviná adonde vas a tener todas estas cosas?: en la misma villa miseria que antes. Y así no se progresa, simplemente se está más cómodo. Pero claro, caes en el facilismo y en el trivialismo de aumentar el consumo pero no la inversión, para así asegurarte los votos de esta gente, desinteresada de trabajo y dichosa de sus nuevos recursos.

 Esta coyuntura no hace más que acrecentar la pobreza, y como consecuencia, engrandecer la delincuencia. De todos modos, vale la misma aclaración que la efectuada con los políticos: no todos los pobres son delincuentes, la mayoría son honrados y humildes trabajadores. Sin embargo, está comprobado que el complejo de marginalidad estimula el delito. Éste es un hilo sin fin del que los dirigentes jalan para enfrascarnos cada año con mayor virulencia en la inseguridad, únicamente por el provecho de un voto más. Y es que mirar a corto plazo es conveniente, porque pienso en mi mandato y no en el futuro del país. Por eso, ¿para qué voy a invertir en el porvenir, si puedo abultar mis bolsillos y nadie dirá nada?

 No sabemos si existió primero el huevo o la gallina, así como tampoco podremos comprender si los malos políticos son el reflejo de malas sociedades, o si por el contrario, un mal político hace mala a una sociedad. Resolver esto no es más que aportar tu granito de arena sin esperar que el otro lo haga; pues como plantea Adam Smith al referirse a “La Mano Invisible”, el progreso o desarrollo personal, en conjunto, se termina transformando en social.


 El entorno nos envuelve como una ola, en un sinfín de preguntas formuladas por cualquier ciudadano de sentido común, que en pos del progreso y tirando manotazos de ahogado para aferrarse a su balsa, continúa en la desesperada búsqueda de una respuesta que, difícilmente –de no ser por un cambio radical de conciencia social-, conseguirá.  

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