Desde los orígenes de la humanidad hasta hoy, innumerables cuestiones de nuestras vidas diarias han cambiado. Lo que jamás pudo modificarse, es que todos vivimos y viviremos bajo el señorío de lo que podría englobarse en una sola palabra: poder. Este siempre fue la herramienta primordial para establecer el orden mundial. En cualquier ámbito que se lo busque –desde la Casa Blanca hasta una humilde casita en los suburbios de Luanda-, él está presente. Y Argentina no es la excepción. Se puede discutir si aquí el verdadero poder reside en el Estado o en la población. Lo que resulta invariablemente indiscutible al hablar de poder, es el importantísimo papel que cumplen los medios de comunicación; ya sea en representación de uno o de otro.
Ya lo decía, hace
cientos de años, el padre del periodismo argentino Mariano Moreno: “Los
pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra; ni oyen más
que lo que se les dice”. Esta fórmula recitada por un personaje tan inteligente
de nuestra historia, que sabía lo que decía y que estaba en todos sus cabales
al hacerlo, no es ni cruel ni benigna. Simplemente es real. Representa una
verdad histórica tan grande como el extenso territorio de nuestro país.
Para ponerle nombres
a las partes y ser más explícitos, la pelea Clarín-Gobierno no es un problema
de esta empresa ni del kirchnerismo. Son diferencias que siempre existieron
entre el Ejecutivo (primer poder); y el periodismo (cuarto poder
–o quinto, según algunos autores que definen, y con razón, al económico como
tal-). Desde su nacimiento, el periodismo fue tan vital como indispensable para
el ciudadano. Supo defenderlo con coraje en el día a día para mejorar su
calidad de vida. Entrañables son aquellos años en que la figura periodística
representaba al abogado del pueblo y no del diablo.
Desde los lúgubres noventa,
esa esencia fue transmutando por completo y sus objetivos terminaron de
desviarse de su eje para, difícilmente, retomar el andén de la ética. Previo a
esta época destructiva para la sociedad argentina, abundaban los
periodistas-investigadores. Hoy existe superpoblación de militantes formadores
de opinión. No vemos más que en esos indefensos aventureros con micrófono la
visible cara de los intereses económicos que representan. (Y con esto queda
claro que algunos autores tenían razón: el poder económico le ganó el cuarto puesto
al periodismo, pisoteándolo y dejándolo en coma. Tanto que hoy su vida depende
de él.)
La objetividad
escasea y el verdadero sentido por las cosas importantes se pierde en las
oleadas de sobreinformación recibidas diariamente. Programas de televisión que
repiten incansablemente temas banales para cubrir huecos vacíos; programaciones
radiales que duran la mañana entera y, al no tener información, la terminan
dibujando con pinceles. Y por último, la más peligrosa y amenazante de todas
las maneras de ejercer la profesión, los portales web. Estos, no hacen más que
afirmar la rapidez insustancial, la inmediatez de la info y la necesidad del minuto
a minuto que, en conjunto, han degenerado al periodismo hasta su
desconocimiento, tornándolo trivial, insípido, anodino e intrascendente. Tener
la primicia es menester para cualquier medio –grande o chico- y ya no importa
el contenido o la laboriosidad con la que se trabaja una nota, sino su simple
antelación. Quizás el diario, por su forma de trabajo, sea el único que resista
esta problemática (aunque de eso se han encargado ya los programadores,
creándoles a todos ellos su correspondiente sitio de internet).
No se chequea con
otras fuentes lo publicado ni se garantiza la veracidad de la nota, para no
perder de mano con el “rival”. Utilizo esta dura denominación porque hace
tiempo dejó, para mí, de ser válido el vocablo “colega”. Un periodista de Clarín
y uno de 678 no pueden ser sino rivales. Discúlpenme y no se ofendan.
Por más que alguno se resista, la corriente ideológica (la bajada de línea) los
lleva a eso y nada pueden hacer para contraponerse si quieren seguir llevándole
comida a la familia. Asimismo, los seguidores de un programa y otro llegan a
ser rivales. Con los años, la grieta que divide a nuestra sociedad se ensancha
y parece, a esta altura, irreparable. Vivimos en un mundo binario: K y anti-K.
Como diría Carl Schmitt, ese mundo “no puede sino desatar una guerra”.
El periodismo del
siglo XXI, si bien trivial, se ha tornado temiblemente poderoso. Uno se
pregunta, ¿cómo puede ser trivial y poderoso a la vez? Lo uno lleva a lo otro. El
lavado de cabezas y la idiotización lograda por medio de programas como
Tinelli, Rial o Gran Hermano; la sumisión de los sujetos y las colonizaciones
de las subjetividades. Todas ellas se han vuelto patentes del poder mediático.
La manipulación del sujeto es el arma con la que el Imperio impone en el mundo
sus intereses políticos y económicos.
Tampoco esta violación
a la capacidad de pensar y esta succión del instinto para la realidad, es
únicamente un sello distintivo del poder mediático. Cabe recordar que tiene sus
orígenes cientos de años atrás. El papel que cumplen hoy los medios masivos es
análogo al de la Iglesia en la Edad Media: esclavizar las almas, abolir el pensamiento y monopolizar la “verdadera ética”.
Argentina es una
hormiga en la representación del universo del poder. Para ejemplificar a lo
grande, nos remitimos a Rupert Murdock, dueño de la cadena FOX. Es el pulpo
mundial. Sujeto absoluto centrado en el corazón del Imperio que se arroja a la
colonización de las subjetividades del mundo para someterlos a sus proyectos
políticos (que representan, lógicamente, a Estados Unidos). Recordemos que todo
régimen totalitario necesita de estas importantes vías de penetración
ideológica, que entretengan, seduzcan… y sometan.
Por este motivo, los
medios masivos de comunicación no dejan de ser extremadamente peligrosos en una
frágil y crédula sociedad como esta, dispuesta a ser manipulada como marioneta
por los soldados del Imperio comunicacional. Para que este plan dé sus frutos,
siempre se debe contar con el idiotismo de los sujetos. Una vez que conquistado
dicho idiotismo, se lo profundiza y se trata de evitar que el sujeto huya de
él. Como bien dice Feinmann, lo fundamental que hay que quitarle al hombre para
someterlo, es la conciencia (no existe contrapoder sin conciencia crítica).
Imaginan un mundo
perfecto, donde los subversivos son «células dormidas» y por ende, no se les
oponen. Donde pueden quitar y poner a su antojo. “Uso lo que hay que usar y leo
lo que hay que leer”. Se me viene a la mente –con nostalgia- aquella vieja
frase que dice que “el buen periodismo dice la verdad y la buena literatura
miente”. En la actualidad, la verdad
está monopolizada; la realidad es una construcción interesada del medio
que la enuncia. Y comunicar una verdad
por medio de tantas bocas (facultad únicamente atribuible a los medios masivos)
es transformarla en verdad de todos. Las voces alternativas son pequeñas y, por
fin, superadas por el emisor hegemónico, quien las llevará a la quiebra o las
incorporará al grupo monopólico.
Pocas cosas le
resultan más cómodas al poder de turno que esto. Se ha exterminado la
subjetividad. Para ellos, somos objetos a los que se nos imponen sus intereses.
Cuando Hardt y Negri conjeturaron que el
imperio engendra la multitud que habrá de destituirlo seguro no previeron
lo debilitados y desamparados que íbamos a estar contra el sistema del poder
mediático en el tercer milenio, que tanto nos quita y nada nos aporta. Sólo
desinformación y naderías.
¿Y cómo no va a poder
tergiversarse la realidad, el presente?, si hasta el pasado puede modificarse
(los historiadores no paran de demostrarlo). Sartre lo dijo y Foucalt lo reafirmó:
“Somos sujetos sujetados” que no pensamos, sino que somos pensados.
Está en cada uno de
nosotros torcer ese triste destino al que nos llevan los centros onerosos del
mundo. Para informarse en el siglo XXI, se necesita ser un escéptico y ateo del
honesto y puro periodismo. Éste no existe, se extinguió hace años como el
mamut. Se transformó en militancia. Hay que sacar del cajón las pinzas y leer
con rigurosidad lo que se nos vende como mercadería (inevitablemente, cuando la
información es vendida como mercadería triunfa el capitalismo y muere el verdadero
periodismo).
Maximilien Robespierre
pronunció, en aras de la Revolución Francesa, una frase cuyo candor nos sirve aún
para hacer analogías con las relaciones pueblo-poder. Dijo: “El peor enemigo de
un gobierno corrupto, es un pueblo culto”. Jean-Paul Sartre, varios años
después, le dio un giro filosófico y colorido a la frase de su compatriota
francés, que viene como anillo al dedo para cerrar el ensayo como reflexión
final: “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos
con lo que han hecho de nosotros”.