Por Fabrizio Turturici.
Los héroes olvidados de nuestra patria, son aquellos que pese a haber entregado el alma y el pellejo por la Nación, sólo quedan hoy las reminiscencias de sus huellas, los fantasmas de nuestros valerosos y audaces combatientes.
Los héroes olvidados de nuestra patria, son aquellos que pese a haber entregado el alma y el pellejo por la Nación, sólo quedan hoy las reminiscencias de sus huellas, los fantasmas de nuestros valerosos y audaces combatientes.
"Una nación que olvida a sus soldados, navega hacia su propia destrucción" |
¡Ojo! No hay que confundir
la enfermedad con el remedio. Hubo quienes no osaron ir al frente nunca, y que
cómodamente prevalecieron en la eternidad por haber trascurrido la gesta bélica
desde el confort de un hotel, con calefacción y agua caliente, y sin el sonido
persistente de los nocivos obuses estallando. Paralelamente, los conscriptos
tenían que soportar taladrantes gélidas que le propinaban los pozos de zorros,
en los cuales pasaban la noche sin garantía alguna de despertarse con vida.
¿Despertarse?, siempre y cuando tuvieran la capacidad de poder dormir mediante
el incesante estallar de las bombas y los alaridos de los proyectiles enemigos.
Enfrentar el hambre, la sed, la mugre y la muerte, era algo cotidiano para
ellos.
Irónicamente, quienes
se mantienen perennes en la historia son los generales; los primeros en tirar
la toalla cuando la situación se enmaraña y los últimos en arriesgarlo todo por
la patria. Hubo excepciones, claro que hubo algún que otro General San Martín
pululando en nuestra historia.
Retomando el hilo, estos cobardes generales emprendían la retirada dejando a su propia merced a
los soldados (“los chicos de la guerra”, según algunos despectivos) que, muchos
de ellos, harapientos y malheridos, hasta no agotar la última de sus municiones
jamás hubieran tomado la decisión de rendirse. No sólo eran abandonados a mera
suerte por los altos cargos, avenidos sin orden táctico ni apoyo estratégico,
sabiendo que sus posibilidades de vida eran casi nulas, sino que vencían o
perecían al eufórico grito de “¡Viva la patria!”.
Anécdotas increíbles
sí las hay. Transportándome a la guerra argentina más aledaña, la Guerra Austral
(la de las Islas Malvinas), hay una que me parece digna de ser citada en este
texto:
Hubo un soldado
llamado Poltronieri, que él solo, detuvo el avance inglés en el monte Dos
Hermanas. Detrás de una enorme roca, y mientras los británicos avanzaban
rápidamente, se batió a tantos contrincantes que ellos mismos, posguerra, confesaron
haber pensado que detrás de esa piedra, no había menos que una escuadra, y por
eso se fueron. Su grupo se había reducido por muertos y heridos, y cuando
quedaban unos pocos, el joven conscripto Poltronieri los obligó a irse a todos
(los tuvo que apuntar con su propia ametralladora para que sus valientes
compañeros cedieran) tomando la decisión de quedarse él, ya que no tenía esposa
ni hijos, y sus colegas sí. Los resistió durante horas, hasta que los rivales
ingleses tomaron la determinación de emplear el repliegue sabiendo que jamás
iban a poder vencer a “ese pelotón” detrás de la roca.
Como ésta tantas, que
merecen ser narradas en todas las escuelas del país, para que se recapacite y
se tenga en cuenta con más orgullo quiénes son los que entregaron todo por
nuestra patria. Los presidentes de turno no los quieren, es claro, porque un
país sin héroes es más fácil de dominar. Nosotros, como sociedad, les estamos
en grandísima deuda. ¿Seguiremos teniendo como eminencias de Argentina a
Maradona, Charly García y el Papa Francisco (con todo el respeto que ellos
merecen), ignorando nuestra patriótica historia, llena de valor y coraje?
¿Soslayando a estos muchachitos que, con la cara sucia por meses y con todo en
su contra, se jugaron enteros su integridad para conformar la historia grande de nuestra
Nación?
¿Es justo que, cuando
estos impávidos luchadores arribaron de vuelta al continente, con la bandera
albiceleste envuelta en su lisiado torso, nada se haya hecho por ellos, ni para
agradecerles ni para reintegrarlos? ¿Que tengan que soportar, además de los
consabidos traumas posguerra, a una sociedad que los margine, los desdeñe y se
refiera a ellos como “los locos de Malvinas”?
Estuvieron a un pasito de haber vencido, pero como sus cobardes generales se entregaron antes de lo previsto, han quedado olvidados en nuestras memorias, por una sociedad argentina triunfalista y exitista, que los ha negado por el simple hecho de no haber podido recuperar (por yerros de los dirigentes políticos y de los elevados rangos militares) lo que todos anhelamos: las Islas Malvinas.
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