miércoles, 27 de agosto de 2014

Análisis: Godoy Cruz 0 - 4 River Plate.

Por Fabrizio Turturici.

Antecedentes:
River: viene de una importante victoria desde lo futbolístico vs. RC, y un valioso triunfo desde lo anímico vs. Colón por Copa Argentina (aunque por lo tanto, de jugar un partido entre semana). Dos puntos totalmente favorables: venir invictos en la “era Gallardo” y contar con público a su favor.
Godoy Cruz: cuatro puntos en dos partidos, que significaron un categórico triunfo ante Banfield por 3 goles y una levantada de un 0-2 ante Quilmes empatándolo agónicamente.

Historial: victorias –extrañamente- a favor de Godoy Cruz (con este partido, están igualados).

Formaciones:
River:  (4-3-1-2) Barovero; Mercado, Maidana, Funes Mori y Vangioni; Sanchez, Kranevitter y Rojas; Pisculichi; Mora y Teo. (Único cambio la figura pasada Chiarini x Barovero)
Godoy Cruz:  (3-4-1-2) Moyano; Jerez Silva, Aguilera, Cosaro; J.L.Fernández,  Rodríguez, Zuqui, Ceballos; Aquino; Garro y Ramírez.

 Comentario final:

 Claramente el equipo visitante salió decidido a atacar y sumido en la búsqueda incesante del gol durante los 90 minutos de partido. Esto se ve reflejado rápidamente en el resultado, ya que al primer minuto de juego, se ponía en ventaja con un golazo de Sánchez tras una estética jugada con toques rápidos, de primera, y sin dejar acomodar a la defensa rival. Si bien ésta no quedó mal parada, River la desestabilizó con paredes desde el sector izquierdo que terminó con un centro de Vangioni y una gran definición –también de primera- del uruguayo Sánchez (ex Godoy Cruz). Este gol fue mérito total de River, pero el segundo fue claramente fallo del rival. A los 3’ y de un saque de arco de Barovero que peina Mora, Teo se escapa solo contra las redes tras un yerro payasesco del arquero Moyano, y engrosa el marcador por dos goles para brindarle la consabida tranquilidad del formidable partido que tenía por delante.

 Sin relajarse pero más confiados por el resultado, el conjunto millonario puso, con gran incidencia de sus laterales y volantes, contra las cuerdas al local. Además, se hallaba ante un 100% de efectividad (dos jugadas, dos goles), la concreción que le faltó en anteriores partidos.

 Con goles tan tempraneros, lógicamente, se rompieron los esquemas y se exterminaron todos los proyectos que podía tener el Tomba en la previa. No así los de River, que seguía jugando como si fueran todavía 0 a 0, con la misma intensidad e idea de juego, y afianzándose en su materia cada minuto que pasaba.

Godoy Cruz vivía una pesadilla que no tenía provista, y en su pésimo retroceso se encontró con los bombardeos del rival, cada vez más próximos a seguir humillándolos. Por ejemplo en aquella jugada a los 10’, cuando despilfarraron un imperdonable contragolpe 3 vs. 2. El confundido equipo de Carlos Mayor -evidentemente inestable en la defensiva- se lanzaba como podía al ataque con sus escasos recursos y así y todo, consiguió inquietar a River –las pocas veces que el pressing de éste fallaba- ganándole las espaldas a los mediocampistas, pero le faltó claridad para definir.

 Al cuarto de hora de partido, la defensa mendocina se desentendió totalmente de las marcas en un tiro libre en contra, intentando un fallido achique hacia adelante que buscó provocar el off-side (o simplemente quedándose, producto del estado de shock en que se encontraban luego del duro golpe recibido), y Mora apareció para conectar el 3 a 0, en apenas 15 minutos.

Está claro que Godoy Cruz no hizo lo correcto al salir a presionar en la zona media, ya que River contaba allí con sus jugadores más hábiles y con su idea de toques de primera, salían victoriosos siempre. Mi humilde opinión es que el partido hubiese sido otro, si hubiesen achicado en lugar de ir desesperadamente sobre la posesión de la pelota. Cuando River se dio cuenta de esto, efectuó perfectamente el contrapressing: con toques continuos dejaban pagando la presión en zona 2 del Tomba y terminaban favorablemente mano a mano con los defensores. Observamos repetidamente durante el desarrollo, que como sus contrincantes corrían ciegamente hacia la pelota, su jugador más inteligente –Kranevitter- limpiaba la cancha (ya sea con un cambio de frente o con un pase entre líneas) y conseguían de esta manera, campo para lastimar. Lateralizando la pelota y haciéndose ancho sobre su integridad, lograban desarticular al adversario con gran movilidad de desmarque de todos sus jugadores y así, entraban al área sin golpear la puerta, con mucha libertad.

 Cuando River, por su parte, no tenía la pelota: se comprimía siempre en superioridad numérica al ejercer una presión alta, se esforzaban por la recuperación (tanto Mora como Pisculichi, de notable compromiso táctico sin pelota, como Rojas y Sánchez, cuando se cerraban brindándole apoyo a Kranevitter y a la defensa). Esto desgastaba a los rivales, ahogados durante el transcurso de los 90 minutos, y permitía la rápida recuperación del balón –generalmente antes del mediocampo. Ahí es cuando River olvidaba por momentos su libreto de posesión y fútbol horizontal, para asirse al contragolpe vertiginoso y al desenlace rápido, que causaba sorpresas en la retaguardia del rival. Este es un detalle muy destacable del equipo de Gallardo: no atenerse a un guión, o sea, ser versátil y cambiante según la situación.

 River en cada ataque daba concretas sensaciones de gol. A la media hora de juego, Teo se perdió un mano a mano absolutamente solo. Cinco minutos después, lo hizo nuevamente al no saber bajar una pelota que le hubiese significado el cuarto a su equipo. Y a continuación de esa oportunidad, hubo otra mediante una chilena de Mora.

 El Tomba, desesperado y confuso, se sumía cada vez más en la ridiculización propinada por su contrincante. Dato adicional: a los malos desajustes defensivos, los perjudicaron también las malas situaciones del campo de juego, que hacía que se patinen todo el tiempo. En alguna remota recuperación, era sumamente vertical (aunque con poca profundización) por dicha necesidad de descontar lo más pronto posible, pero esto se le hizo imposible además, por sus dos delanteros lentos y pesados, que eran Garro y el Tito Ramírez. Este último, con poco menos panza que mi padre.

 El nuevo sistema de juego que propuso River ilusionó al hincha, ya que logró compaginar: compromiso, convencimiento, actitud, estado físico, calidad técnica y capacidad táctica. Una columna vertebral sólida, compuesta por un Barovero eficaz, un Maidana como último hombre y un Funes Mori con grandes capacidades de anticipo (consolidados como una formidable dupla), un Kranevitter como punto de apoyo y salida, que perdió tan sólo una vez el balón, que recuperó 11 y que dio más del 90% de pases correctos. Complemento perfecto con Rojas y Sánchez, de gran despliegue. El apoyo lateral de Vangioni y Mercado cuando se desprendían, la conducción de Pisculichi como enlace del avance millonario y la contundencia de sus delanteros.

 Uno, utilizando la razón, imagina otra postura de los locales en el segundo tiempo. Esto no fue así. Si bien es cierto que tuvo algunas situaciones aisladas para descontar en los primeros minutos de esta mitad, donde el partido tuvo más ida y vuelta que un péndulo. Incluso había salido apenas mejor parado, un poquito más ordenado. Pero River seguía alternando toques de primera con peso ofensivo, y el Tomba se terminó de desmoronar a los 15’ del segundo tiempo, con los ingresos de Tomás Martínez y Boyé. Estos le dieron oxígeno y le imprimieron más velocidad y chispa ofensiva. El partido para los mendocinos se le volvió a tornar un calvario, y soñaban ávidamente con el pitazo final.

 El cuarto fue otro golazo. Avenidos en la idea de ampliar la ventaja, tocando repetidamente entraron Martínez y Gutiérrez, que luego de dos paredes seguidas y la definición del colombiano al segundo palo, pusieron el 4 a 0 definitivo.

 La expulsión del capitán J. L. Fernández ya no tuvo trascendencia, y el arbitraje del partido pasa a un segundo plano con tremenda distancia de goles.

 El tiempo se iba consumando y River se volvía a Núñez con mucha felicidad y satisfacción. La de seguir invicto con Gallardo desde el banco, y la de haber encontrado el equipo y la forma de su funcionamiento.  Me quedo con la imagen de River presionando intensamente en la zona 1, a los 85 minutos de partido y con cuatro goles de diferencia.

 Mi figura, sin dudas: el juvenil Matías Kranevitter. Combinó cambios de ritmo, de frente, pase entre líneas y estabilidad defensiva (completísimo, gran proyecto de la institución). No hay que olvidar que lo obnubiló completamente a Aquino, que en la previa era una de las amenazas que iba a proponer Godoy Cruz.


 En resumen, impecable victoria de River, que acopló presión y juego asociado en velocidad. Parece que Gallardo en poco tiempo encontró el equipo, y a los 11 titulares le suma el aporte de los juveniles del banco, que entran mucho mejor sin presión, a aportar y no a salvar. Si el Millonario mantiene esta línea, podrá ser bicampeón sin problemas. El tema es que no será fácil mantener este ritmo durante todo el campeonato, y también incide, obviamente, lo que te proponga el rival. Porque no todos los equipos van a sugerir un planteamiento tan insuficiente como el de Rosario Central la fecha pasada, o el de Godoy Cruz. Este equipo de Carlos Mayor, que se equivocó desde la previa al proyectar el desarrollo, y que lo pagó caro, con una goleada y una pintada de cara en su cancha. 

sábado, 9 de agosto de 2014

Análisis: Rosario Central 3 - 1 Quilmes.

Por Fabrizio Turturici.

   Los dos goleadores que le dieron la victoria: Delgado y Acuña.
 Rosario Central, con su habitual 4-4-2 y su idea de fútbol vertical que no prosperó, enfrentó a un Quilmes que, de principio, se lo imaginaba agazapado en su campo con dos líneas de 4 bien marcadas, más allá de que su disposición táctica en la cancha sea un 4-4-3. Sin embargo, ocurrió lo inesperado: Quilmes salió a jugar mejor parado, con mayor estabilidad defensiva (Pérez Godoy se metió entre los centrales formando un triángulo corto y Central no pudo contra eso), y proponiendo un poquito más que su rival en cuanto a materia ofensiva. Por suerte, en el segundo tiempo la crónica es otra.

Resultan banales mis intentos de analizar el partido como uno solo; en cambio, únicamente se me hizo viable descomponerlo en dos partes. Porque para mí, desde el momento que Arnaldo González la colgó del ángulo tras un tiro libre generado por una desconcentración defensiva del local, empezó el fútbol.

 Antes de eso, eran dos equipos volcados a la cancha sin ningún proyecto estratégico y abusando del estatismo táctico. Especulando demasiado con el rival de enfrente y con la cabeza más puesta en el largo parate del que venían que de un grato debut, el partido cayó en un pozo engorroso difícil de sobrepasar. Jugadas claras en el primer tiempo dignas de ser relatadas no hay, salvo aquella emprendida por Sarmiento desde la izquierda, que termina con una increíble situación despilfarrada por Hipperdinger luego de un flojo rebote de Caranta al medio (que ya venía de comerse un gol de tiro libre a su palo). Cuestiones tácticas a destacar en esta primera mitad: que el Canalla tuvo complicaciones por la banda diestra, donde el recién mencionado Bryan Sarmiento (10) hizo desvanecer a Ferrari, ya que no sólo logró contener la subida del Loncho, sino que lo hizo bailar cuarteto cada vez que lo encaró. Por ese sector tuvo vertiginosidad el partido, aunque escaso de ritmo y de profundidad. Es cierto, esto también se debió, en gran parte, a los desacoples entre Musto y Domínguez, que habían demostrado ser una dupla interesante, pero que no escalonaban –ni Musto taponó ni Nery se soltó- y jugaban equívocamente en línea.  Mismo pecado que el doblecinco, cometió la zaga central. No se notó que alguno haya cumplido la función de último hombre para evitar quedar mal parados. Más allá de los obvios desajustes que pueden tener duplas nuevas, todavía no aceitadas; no se corrió grandes riesgos debido a la tibieza con la que iban al frente los contrarios, y a la velocidad cuasiamateur con la que se disputó el encuentro. De todos modos quiero descollar las actuaciones de los debutantes Musto (claro en los pases y preciso en las coberturas) y Acevedo (férreo en la marca y en el juego aéreo, e impecable en los cruces).

 ¿Central equivocó los caminos? Sí. No se divisó en su juego el consabido verticalismo del torneo pasado, sino que cayó en la simpleza del “fulbito” insulso, previsible y totalmente pasivo. De acá para allá, de allá para acá, y no piso el acelerador ni desequilibrio de tres cuartos de cancha para adelante para evitar problemas en el retroceso. Tampoco se jugó para Abreu, y eso que entre Medina y Aguirre tiraron casi treinta centros, de los cuales ninguno conectó con peligrosidad la cabeza del centrodelantero.

 En fin, los primeros cuarenta y cinco minutos de vuelta al fútbol, dejaron mucho que desear y exterminaron las altas expectativas que tenía el hincha de Central, que había concurrido al Gigante de Arroyito con la misma avidez y el idéntico ensueño de siempre, de ver buen juego en su equipo.

 Pero no es la primera vez que el equipo de Miguel Ángel Russo se levanta de las pálidas para ponerle su rostro de Guerrero a la sequía de fútbol, y acá es cuando empieza otro partido. Con ímpetu y espíritu supo rehacerse sobre sus cenizas, y el gol con el que se encontró en su empeine el Loco Abreu lo envalentonó hacia la victoria. Pelotazo frontal de Medina para Niell, gran salto del enano que logra vencer a la pésima salida de Benítez y concreción del uruguayo para el empate. Acá se da el punto de inflexión del partido.

 Con el crecimiento de Delgado y con el arrastre de Jonás Aguirre por el flanco izquierdo, y más tarde -de la mano de la cantera- con los ingresos de Becker y Acuña que le proporcionaron el toque de sorpresa y la chispa de explosión que necesitaba al equipo para dar vuelta el partido, Central revirtió la historia a cinco minutos del final, y selló la alegría del pueblo auriazul en el último minuto. También fue relevante el aporte de Damián Musto, que creció en el segundo tiempo cuando se soltó un poquito más (gracias a la regresión del visitante) y fue el más claro punto de apoyo del ataque canalla.

 Como decíamos, Pablo Becker (que ya había amenazado con un majestuoso pase entre líneas que dejó mano a mano con el arquero cervecero al Cachete Acuña) deslizó la pelota por un restringido túnel al ciclotímico Rafael Delgado, que con un zapatazo al segundo palo enfervorizó al estadio y le dio la –desde entonces- merecida victoria.

 Sobre el final, resguardándose en su arco de los intermitentes ataques de su rival, encontró el tercero, de la mano de los dos jugadores que cambiaron el curso del partido. Contragolpe implacable: Nery roba y efectúa la salida rápida para Abreu. Éste pivotea y habilita a Becker, que traslada y corona su segunda asistencia de gol en el partido, ahora a Acuña, que amaga y define con mucha tranquilidad.

 Quilmes se había desmoronado físicamente y eso influyó, hay que decirlo. Pero nadie puede negar que en el segundo tiempo, Rosario Central haya ido con convicción, con corazón y con algo de fútbol para comenzar el año de manera ideal. Un 3 a 1 a favor, en su cancha, que sirve para extirpar los nervios y las ansiedades del debut, relajarse y poner la cabeza en el siguiente objetivo: River Plate en el Monumental.

El árbitro: un desastre. Demostró que no está capacitado para dirigir este tipo de partidos. Utilizó dos reglamentos distintos para cada equipo –los jugadores de Quilmes le hicieron lo que quisieron adentro de la cancha.

La figura: Pablo Becker, que con audacia ofensiva, desniveló cada vez que la tocó y torció el desvaído destino al que caminaba Central en el partido.

El técnico: Miguel Ángel Russo supo revertir la actitud desde el vestuario del entretiempo. Y si bien demoró los cambios algunos minutos de más, dio en la tecla justa en cuanto a nombres.