lunes, 18 de enero de 2016

La ruta más segura

Por Fabrizio Turturici

Transitar por la ruta más segura. Eso necesita el país.



En los últimos años, la Argentina estuvo a punto de desbarrancar. Dio la sensación de morder la banquina innumerables veces, haciendo tambalear el coche con creciente peligrosidad y omitiendo las contadas pero alarmantes señales de la oposición. Una oposición que, por acción u omisión, fue cómplice durante muchos años del irresponsable manejo kirchnerista.
Las maniobras espurias e inescrupulosas de quienes dejaron el Gobierno hace poco más de un mes, llaman a parar el carro, reacondicionarlo, reparar las profundas fallas que presentan  sus motores y volver a poner primera. Pero no a 300 kilómetros por hora, como solía conducir la pasada gestión, sino de manera cuidadosa y responsable, atendiendo el pedido de una sociedad que quiere —y necesita— bajar un cambio.
Uno de los objetivos a los que debe apuntar el gobierno de Mauricio Macri, para volver a colocar a la sociedad argentina en una situación de normalidad, y sacarla por fin de la nebulosa corruptible, es a la restauración de las instituciones. Es decir, el saneamiento del Poder Legislativo y Judicial; para que funcionen como frenos y contrapesos a la administración ejecutiva, y no como resortes que eyectan al superpresidente a la omnipotencia.
Siglos atrás, Montesquieu parió al mundo la división de poderes —justamente— para evitar la omnipotencia de las autoridades (los poderes absolutos de los que entonces gozaban los viejos monarcas sobre sus súbditos). La idea era traer aparejado un sistema democrático y republicano que brinde trasparencia política y armonía social.
Esta lógica y eficaz distribución de poderes, que se enseña a los chicos desde la escuela primaria y que cualquier ciudadano con dos dedos de frente comprende sin dificultades, fue desentendida por el gobierno kirchnerista. O mejor dicho —y lo que sería aún peor— fue atropellada a sabiendas de un país que reclamaba un mandatario firme, con fuertes convicciones y sobrada autoridad. Esta voluntad popular se vio impulsada luego de la pobre imagen que había dejado Fernando De la Rua escapándose, por la puerta chica, en helicóptero.
Indefectiblemente —y con complicidad social— nos trasladamos hacia el camino cuyo puerto todos conocemos a la perfección. La figura prepotente de Néstor Kirchner terminó rozando límites autoritarios (límites que fueron traspasados en su totalidad por su esposa y sucesora Cristina Fernández). Estas vejaciones derivaron en lamentables prácticas macartistas a artistas y personajes de nuestra cultura con ideas disidentes, Además de las consabidas cazas de brujas para callar voces de comunicadores con pensamientos contrarios al Relato.
Durante la "década ganada", se han profundizado dichas políticas de amigo-enemigo (ya lo dijo Perón: 'al amigo, todo; al enemigo, ni justicia), hallando su piedra angular en el apriete a todo aquel que sea atreva a ser crítico al Gobierno. No olvidar tampoco la inconstitucional utilización del Consejo de la Magistratura con fines amenazantes a jueces no afines al Relato. Ni la mayoría automática en el Parlamento para avalar o rechazar proyectos según el color político de quienes lo presenten. O el cobarde apriete de Guillermo Moreno a empresarios y financistas.
Este último personaje merece un párrafo aparte, para que Argentina no olvide sus tratos oscurantistas que fueron fiel reflejo de la política K. Si de situarlo en un diccionario se tratara, podríamos definir a Moreno como: espadachín insoslayable del ejército cristinista, entre cuyas conquistas principales se encuentra el avasallamiento del Instituto Nacional de Estadística y Censos.
El fructífero intento de colonizar el Poder Judicial, de regular a su antojo el Consejo de la Magistratura para presionar jueces y obtener licencia e impunidad en la administración, ha alcanzado niveles inopinados y se ha convertido en uno de los puntos de mayor hartazgo social. Allí, el actual Gobierno debería enfocar energías para que funcione sin arbitrariedad y para que, sobre todo, la gente vuelva a confiar.

Recuperar la confianza en las instituciones y devolverle al pueblo argentino la moralidad ultrajada con tanto autoritarismo en los últimos años, aparece como la próxima ruta a encarar. ¿Cómo cambiar, entre gallos y medianoches, un tumor que durante doce años no hizo más que profundizarse en las entrañas? Sólo los encargados de conducir el país lo saben. O tendrán que saberlo, para traducirlo a la práctica antes de que culmine el período de gracia —que engloban los famosos cien días— y la sociedad empiece a reclamar en las plazas, nuevamente, lo que más desea: ¡Basta de corrupción, impunidad y desmanejos!